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Adolescentes en USA progresista

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Adolescentes en USA progresista

 La redacción, Praga 30.6.2023 – The English version follows below.

Por David Carlin, profesor jubilado de sociología y filosofía en el Community College de Rhode Island, y autor de The Decline and Fall of the Catholic Church in America, Three Sexual Revolutions: Catholic, Protestant, Atheist, y más recientemente Atheistic Humanism, the Democratic Party, and the Catholic Church. Si artículo fue publicado en ´The Catholic Thing´ el 23.6.2023.

No es fácil ser adolescente. El paso, que dura años, de la orilla de la infancia a la orilla opuesta de la edad adulta puede ser un camino sarmentoso, como muchos de nosotros lo recordamos. Hace una generación, decenas de miles de chicas jóvenes (probablemente más) sufrían anorexia o casi anorexia.  Las niňas delgadas desarrollaban la extraña idea de que tenían un sobrepeso considerable.  Y por eso reducían su consumo de alimentos.  En casos extremos, las chicas ultra delgadas intentaban dejar de comer por completo.  Muchas empezaron a parecerse a las prisioneras de Auschwitz.  Estaban al borde de la muerte por inanición.

Hoy se ha pasado al transgenerismo       

Hoy, un gran número de chicas adolescentes se dejan influir por una idea que se ha puesto de moda recientemente, la idea del transgenerismo, la loca persuasión de que, a pesar de tener cuerpos femeninos, en realidad piensan que  no son mujeres, sino hombres.  De alguna manera, nacieron en el cuerpo equivocado.  Por haber ocurrido esta desgracia, ahora es imperativo, creen, que se les permita hacer la transición de lo femenino a lo masculino.

Y creen que los adultos que les rodean -especialmente sus padres, profesores y médicos- tienen el deber de ayudarles a hacer esta transición.  Ayudarles, por ejemplo, tratándoles con «cuidados de afirmación del género»: hormonas masculinas, bloqueadores de la pubertad o mutilación corporal, es decir, amputación quirúrgica de sus pechos en crecimiento.

Si los adultos se niegan a ayudarlas, debe ser -también las han convencido- por «odio».  Estas niñas no sólo sienten que están en el cuerpo equivocado; también sienten que los adultos, que más deberían protegerlas, son sus grandes enemigos.  ¡Qué horrible es todo esto!  Muchas de estas chicas se han dejado meter en un tenebroso laberinto, tan lamentable como engañoso. Amenazan hasta con suicidarse, y no pocas lo intentan. También los chicos se ven atrapados y atormentados por esta locura transexual.  Pero creo que el problema es mucho más común entre las chicas.

Psicológicamente hablando, hay una gran similitud entre la antigua moda de la anorexia y la nueva moda transgénero.  Eso puede darnos motivos para ser optimistas.  La vieja locura se desvaneció, y la nueva locura también desaparecerá. Pero hay una diferencia gigantesca entre las dos locuras.  En los viejos tiempos, nadie apoyaba a las chicas afligidas en su anorexia.  Hoy, sin embargo, casi la mitad de los USA da la razón a estas pobres chicas en su locura, la mitad «progresista», la mitad ideológica que aprueba y promueve la agenda LGBTQIA+.  Son las mismas personas que aprueban firmemente otras cosas extrañas: por ejemplo, el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, las fronteras abiertas, el ateísmo y la idea de que la mayoría de los estadounidenses blancos son racistas anti negros, y además racistas anti marrones.

La pandemia ideológica en USA     Pandemias de las ideas

La transexualidad forma parte de ese paquete «progresista». Estos progresistas controlan los grandes órganos de propaganda moral de Estados Unidos: el periodismo (impreso y electrónico), la industria del entretenimiento (televisión, cine, música popular), la educación superior, las escuelas públicas (muchas escuelas privadas caras también), los púlpitos de las religiones «liberales» y el Partido Demócrata (mi antiguo partido). El presidente Biden, nuestro colega católico, es el comandante en jefe no sólo de las fuerzas armadas, sino del poder progresista.

La Iglesia católica en Estados Unidos no es (al menos no todavía) una religión «liberal».  Pero está a medio camino de serlo.  Hasta la fecha (a diferencia de las iglesias protestantes verdaderamente liberales), se niega a respaldar la agenda progresista (excepto quizás las fronteras abiertas), pero es reacia a condenarla.

Nuestros obispos, con algunas honrosas excepciones, recuerdan a los obispos de la época del rey Enrique VIII.  Excepto uno (John Fisher de Rochester), se callaban tímidamente mientras el rey cerraba los monasterios y criticaba al Papa en la Iglesia.  En general, nuestros obispos católicos hacen poco por defender a la Iglesia de su enemigo progresista.  Especialmente digno de mención es el silencio, y a veces el progresismo apagado, de los cardenales nombrados por el Papa Francisco: Tobin de Newark, Culiche de Chicago, Gregory de Washington y McElroy de San Diego.

Durante muchos años he creído que el objetivo último del progresismo actual es la ruina del cristianismo, del catolicismo en particular.  El transexualismo va un paso más allá.  En el cristianismo subyacen dos creencias fundamentales expresadas en el primer artículo del Credo de Nicea: (a) la creencia de que Dios existe, y (b) la creencia de que Dios creó un mundo inteligible que puede ser comprendido, al menos en parte, por la mente humana.

La ideología transgénero es un ataque a la idea de que el mundo es inteligible.  En su lugar, la ideología es una afirmación de la idea opuesta, a saber, que el mundo no tiene existencia objetiva.  Las cosas son lo que decimos que son.  Si decimos que una niña es un niño, entonces es un niño.  Y si decimos que un bebé no nacido no es humano, entonces no es humano; y si decimos que el matrimonio entre personas del mismo sexo es perfectamente natural, entonces es perfectamente natural.  La realidad es lo que NOSOTROS pensamos que es, no lo que Dios piensa que es.

Todavía no hemos llegado al punto en el que los progresistas digan: «2 más 2 es igual a algo más que 4».  Y ya han comenzado algunas reacciones en contra de la locura trans por la mutilación de niños. Pero estamos cerca, y sin un liderazgo fuerte por parte de la Iglesia y otras instituciones, hacia allá nos dirigimos.

 

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