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La moralidad en la guerra de Ucrania

¿La conciencia como libertad ante la verdad?

Robert Royal es redactor jefe de The Catholic Thing y presidente del Faith & Reason Institute de Washington, D.C. Sus libros más recientes son ´Columbus and the Crisis of the West´ y ´A Deeper Vision: The Catholic Intellectual Tradition in the Twentieth Century´. Esta columna fue publicada en la revista online mencionada.

Ofrecemos aquí parte de su columna, donde se explican los criterios esenciales que justifican una guerra defensiva. Se trata de considerar la moralidad de la guerra en Ucrania:

«La violencia es una violación de la dignidad humana y del buen orden social. Pero la violencia no es lo mismo que la «fuerza». La violencia siempre es mala. El uso justo de la fuerza -por parte de la policía, de los ejércitos, incluso de la gente común-, que significa detener físicamente el daño a inocentes, no está mal, es más, puede ser profunda y heroicamente correcto.

Los ucranianos han demostrado esa verdad con su valentía y su conducta. Y saben en sus corazones que la guerra defensiva no es violencia.

La Iglesia ha sido la principal maestra de los principios de la guerra justa en Occidente. Y estas son algunas de las distinciones más simples que diferencian las guerras justas de las injustas. Lejos de confundir la violencia y la fuerza, el Papa Benedicto XVI afirmó la posición cristiana clásica: «defenderse uno mismo y a los demás es un deber». El Catecismo dice: «La legítima defensa puede ser no sólo un derecho, sino un grave deber para quien es responsable de la vida de otro. Preservar el bien común exige lograr que el agresor injusto no pueda infligir daño. Con este fin, quienes ostentan la legítima autoridad tienen el derecho de repeler por la fuerza armada a los agresores contra la comunidad civil que les ha sido confiada.» [2665]

Incluso los progresistas seculares, que suelen ser los que más se oponen a todas las guerras, han desarrollado el concepto «R2P» – «la responsabilidad de proteger». Port tanto, cuando se tergiversa todo esto sugiriendo que la guerra como tal es una violencia inmoral -que ser cristiano es esencialmente ser pacifista – se crea confusión en lugar de buen entendimiento. Una vez más, se puede sentir la indignación por la muerte y la destrucción, pero aun así es necesario tener una visión clara de toda la verdad. La cuestión de la moralidad en la guerra en Ucrania ofrece un caso de guerra defensiva, vista desde los ucranianos atacados.

Las armas nucleares e incluso las armas convencionales inmensamente destructivas, como las bombas termobáricas (que se han trasladado a Ucrania), han complicado un poco los cálculos morales. Pero el pacifismo no sirve para contener los males humanos hoy en día. Winston Churchill, un líder con amplia experiencia política, observó en su último discurso ante la Cámara de los Comunes, que las armas nucleares habían provocado una «sublime ironía»: el mundo había «alcanzado una etapa en su historia en la que la seguridad será el hijo fuerte del terror, y la supervivencia el hermano gemelo de la aniquilación».

La disuasión se había convertido en uno de los instrumentos necesarios para la paz. Un pequeño número de voces occidentales -pero no tan pequeñas como para ser insignificantes- han alegado que nosotros y los ucranianos no somos inocentes de provocar a los rusos. Que debemos reconocer nuestras amenazas a su seguridad tanto, en términos de armamento, como de nuestra decadencia cultural. Esto es digno de mención, por supuesto, pero no tiene ninguna importancia real en el conflicto actual.

Proteger a los inocentes mediante el uso justo de la fuerza no significa que ellos o nosotros debamos ser moralmente perfectos, o incluso sin algún grado de culpa por la situación. Si esa fuera la norma para la acción humana, nunca podríamos actuar moralmente en absoluto, en ningún contexto, porque -como indica la doctrina del Pecado Original- ninguno de nosotros es totalmente inocente.

En el actual conflicto de Ucrania, la cuestión moral básica está clara (no siempre es así en los conflictos armados). Rusia invadió un país que no representaba ningún peligro inmediato. En la teoría de la guerra justa, esto significa que la invasión no cumple los criterios básicos de «causa justa» y «último recurso». En cuanto al comportamiento de Rusia en la guerra, gracias a los teléfonos móviles y los medios de comunicación social – incluso a través de la niebla de la guerra- vemos en tiempo real los ataques a civiles, las bombas de racimo y el peligroso asalto a la instalación nuclear de Zaporizhzhia, que podría haber sido, tanto para Rusia como para el resto del mundo, una catástrofe total. Esto es materia propia de crímenes de guerra.

Donde el cálculo moral se complica para Occidente es en la respuesta. Es imprudente y erróneo -tanto en términos morales como considerando los intereses estadounidenses- impulsar un conflicto militar directo con Rusia. Es muy probable que sus amenazas nucleares sean un farol. Pero por muy frustrante que resulte para cualquier persona con una pizca de coraje, las zonas de exclusión aérea y las fuerzas terrestres occidentales sencillamente no son opciones a nuestro alcance.

Tenemos que hacer todo lo posible en favor de los ucranianos para que se interrumpa la guerra con Rusia. Y todavía se puede hacer mucho, tanto en lo relativo a pertrecho militar como en asesoramiento estratégico y a la imposición de más sanciones, siempre que haya voluntad para ello, aquí en USA y en el extranjero. Sobre esto, el tiempo -y el presidente Biden- lo dirán.

Es más que imprudente que una figura, como el senador Lindsay Graham, diga que el mundo necesita la solución de Bruto. (Bruto asesinó a César para salvar la República Romana; alguien tiene que matar a Putin para salvar a Rusia). El «tiranicidio justo» es una categoría moral, bajo condiciones muy estrictas. Pero los funcionarios del gobierno, en particular, deberían tener cuidado con las consecuencias no deseadas de decir tales cosas en público, especialmente cuando facilita que un manipulador avezado como Putin las utilice en la guerra de propaganda.

La imprudencia, en una respuesta a una agresión injusta, puede ser en sí misma una forma de que el mal se propague aún más. En el mundo siempre abundan males de muchos tipos. Aquellos que pretenden limitar el mal en la actual agresión contra Ucrania deben tener mucho cuidado en utilizar las verdades con máxima prudencia. Y eso significa esforzarse para que las propias palabras no aumenten la oscuridad que ya está habiendo.

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