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En qué radica la felicidad del hombre

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El fundamento de la ley natural

Nadie vino al mundo por querer propio, y nadie puede evitar la muerte. Por ley natural, lo que más desea la persona humana es ser verdaderamente feliz, persiguiendo para ello el bien según los dictados de su conciencia. Y sabe, por un sano instinto, que la felicidad del hombre de hoy y de siempre no puede depender ni del dinero, ni de la mayor o menor inteligencia, ni de títulos y posiciones en la sociedad, sino que tiene que ver con el amor paternal y filial, con el aprecio a los parientes y a los amigos. En esto radica la felicidad del hombre.

Si no fuese así, el orden natural sería injusto y ´antidemocrático´, porque la más alta realización estaría dependiendo de factores aleatorios que el hombre no pueden controlar. Esto nos lo dice la antigua sabiduría de los grandes filósofos griegos y la judeo-cristiana, acuňada durante cuatro mil años. Según mis observaciones y experiencias creo que la mayor parte de los hombres son felices, sin saberlo, aunque tantas veces los problemas y sacrificios del día a día les dé la impresión de que no lo son.

Además, el hombre tiene la intuición de que hay algo más detrás de las estrellas y del tiempo, una persona infinita y eterna trascendente como causa del universo: esta convicción universal dio lugar a diversas religiones naturales en las que la persona anhela y adora a Dios. Según la fe judeo-cristiana, Dios se dio a conocer en la revelación, que dio lugar a la civilización judeo-cristiana, que puso las condiciones para su florecimiento hace cuatro mil años. La familia y el auge de Occidente

La visión de Jordan Peterson

Este gran intelectual ha abierto nuevos horizontes de dicha y son millones los que le siguen en los medios. Sin embargo, me parece que insiste demasiado en que toda vida humana estaría llena de sufrimientos. Creo que, en su proceso de acercamiento a la fe cristiana, llegará el momento en que con gran gozo intelectual aceptará la realidad de la alegría que tiene el hombre en la dimensión sobrenatural de la filiación divina. Recién en esta realidad radica la felicidad del hombre.

El problema del racionalismo materialista

Sin embargo, hay que darle la razón a Jordan Peterson, en lo que se refiere al sufrimiento generalizado, si partimos del lamentable hecho real de que una gran parte de la gente de hoy tiene bloqueado el acceso a Dios, debido al materialismo racionalista. No basta sólo una información sobre Dios, sino que la relación personal con él surge en base a ejemplos de los padres y luego de tantas otras instancias educativas, dentro de una atmósfera cultural abierta a lo divino.

Las más grandes catástrofes que han existido en todos los tiempos tienen lugar dentro de las almas que no quieren o no pueden dar el salto a la esfera trascendente de Dios, a pesar de que la propia conciencia les incline a ello. Este drama real tiene múltiples manifestaciones en la historia y siempre también hace sufrir a los demás: la mentira, la infidelidad, el robo, el desenfreno sensual, el abuso del alcohol y de las drogas etc. Sin embargo, no pocos logran liberarse de esta situación si alguien les tiende una mano y a la vez si tienen el deseo firme de reformarse profundamente en su mundo interior. La familia, la única salvación de la sociedad

La maravilla del avance técnico y científico

Pero creo que es un prejuicio pensar que nuestra forma de vida, tan llena de imágenes, medios informativos y seducciones publicitarias, es peor a como se vivía hace pocos siglos: se cree que entonces la vida era una especie de idilio en una naturaleza impoluta en medio de gente moralmente más sana. El hecho de que los rápidos avances tecnológicos nos sitúen continuamente ante nuevas circunstancias de relevancia moral exige de nosotros una formación constante que permita ser fuertes ante la seducción. Esto significa sobre todo una jerarquía de valores orientados hacia el cumplimiento de la ley natural resumida en los diez mandamientos.

Con esta formación interior, los desarrollos técnicos, la comodidad y eficacia que proporcionan, y la abundancia de todo, se integran en la vida de cada persona como ventajas que llevan a actualizar óptimamente sus talentos y capacidades. Nunca el hombre ha vivido tan bien como en los últimos decenios, en cuanto a los medios materiales y a los servicios. La productividad va subiendo tan pronto, que probablemente haya que pasar en el futuro a un horario laboral de seis horas.

Así por fin tendrá el hombre el tiempo que siempre ha querido para dedicarlo a su familia, a sus intereses y, sobre todo, a su continua formación espiritual, para no dejarse arrastrar por las seducciones de un mundo que está a sus pies, siendo él el dominador de las cosas.

La nostalgia de hogar

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Los que se han dejado encandilar y seducir a una vida consumista plana, en vez de disfrutar de la gran abundancia de cosas, se dejan ellos mismos consumir por ella. Esto es típico en espíritus materialistas, que evolucionan hacia una dureza poco humana, hacia una falta de empatía e interés por los demás, viviendo sólo para sí.  Lamentablemente son muchos, que quizás han intentado fundar una familia, pero al poco tiempo él y ella han cancelado el proyecto, ante una oferta de gozo mejor. Si han tenido hijos, la madre se los lleva al nuevo padre.

Este tipo de vida, que durante un tiempo puede estar lleno de excitantes momentos, suele terminar cuando él y ella se vuelven a separar una vez más en edad avanzada, en torno a los cincuenta años. Otra variante es la persona que nunca quiso casarse, o que ambos han decidido evitar los hijos para poder dedicarse a toda una gama de cosas que aparentemente pueden sustituir a un hogar: viajes, deportes extremos, el amor a algún perro, gato o caballo, pilotaje deportivo, viajes etc.

Después de un estilo de vida volcada hacia el propio yo, cuando llega la hora de la vejez, del último divorcio, aparece la dura realidad de la soledad. La mujer lo lleva peor que el hombre, y ambos no tienen más remedio que mendigar amor mediante anuncios públicos en internet, porque ya no tienen el atractivo de la bella juventud. De mis dieciocho años de vida en Zúrich me acuerdo que en los años ochenta, todos los viernes aparecían entonces en el mejor diario local cientos de anuncios con la clásica frase: ´tengo 58 años, llena de vitalidad y con patrimonio. Estatura 1.68 cm, 60 Kg; busco amistad con un hombre de hasta 65 años para viajar juntos y pasarlo bien, compartiendo música, paseos …´

Comprobación estadística sobre este tema: en el 2019, en Alemania un 42.3% de las viviendas estaban ocupadas por una sola persona y el 33.2% por dos personas. Hace tiempo que esta realidad tiene un impacto en la construcción de nuevos apartamentos y chalets. La situación alemana la podemos encontrar análogamente en los países vecinos y en el Reino unido. Mucho mejor está USA y los países latinoamericanos. Así se entiende la importancia que tiene la compañía del perro u otros tantos sucedáneos.

Quiero decir con esto lo siguiente: que la felicidad del hombre exige a gritos la intimidad del propio hogar, formado mediante la entrega recíproca de los conyugues en un matrimonio fiel hasta la muerte. Este es el gran tema del amor, continuamente recurrente, en el arte, sobre todo en el cine. En este sentido las buenas películas hace mucho bien. La nostalgia de hogar ha llevado a todos los pueblos a buscar compensaciones, como el tomar cerveza con los amigos, siempre en el mismo local y en el mismo mes. Esta forma se cultiva sobre todo en los países de habla alemana y en todo el mundo eslavo. En España tenemos la barra del bar y el ´echar unas cañas´ o tomar vino con algo salado. Debo corregirme: muchos van a estas reuniones por amistad, teniendo en casa el verdadero hogar.

Los adolescentes son más drásticos en este, en el proceso natural de desprendimiento de sus padres: salen mucho a tomar algo o a caminar los amigos y amigas por ciertas calles, vistiendo según lo imponen las películas. Algunos no logran discernir compañías malas, que tantas veces les tiran hacia abajo, al mundo de los vicios, que terminan convirtiéndolos en esclavos, hasta que en cierto momento sacuden sus cadenas y vuelven a la normalidad del estudio o del trabajo.

 

 

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