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La crisis de la Unión Europea

 

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Recensión del artículo alemán de la NZZ, Zuerich, por Eric Gujer, 25.7.20

Peter Kopa,  1.9.2020

La Unión Europea (UE)E está pasando por una sacudida, y sin embargo el fracaso de la UE es evidente. En la superficie, el bazar de Bruselas es un éxito. Se ha distribuido mucho dinero, pero esto no resuelve el verdadero problema. Las diferencias de opinión entre los estados miembros son tan grandes que tendría sentido desenredar las tareas de la UE y retirar a Italia de la Unión Monetaria.

El presidente francés Emmanuel Macron, Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea y el secretario general Jeppe Tranholm Mikkelsen se reunieron el 21 de julio durante la cumbre especial de la UE en Bruselas. 

Para describir los temores alemanes ante una Europa unida, una palabra es suficiente: convertirse en agente pagador. Desde la fundación de la UE, la mayor economía del continente ha temido que tendría que alimentar un parentesco menos eficiente y, por lo demás, notoriamente poco fiable. Sin embargo, nunca se supo dónde terminan los intereses legítimos y donde comienza la avaricia. Si bien inicialmente fueron la opinión pública y los políticos de segunda fila, los que pronunciaron la desagradable palabra de agente pagador, ésta se abrió su camino en el vocabulario oficial después de la reunificación alemana. El canciller Gerhard Schröder se quejó en su día de que en Bruselas se «quemaban» los miles de millones de dinero alemán. Su sucesora llevó esta crítica a su punto álgido, durante la crisis del euro. A veces, la defensa de los principios abstractos le parecía más importante que la continuidad misma del condominio franco-alemán llamado UE.

Al principio de la epidemia triunfó el egoísmo nacional

Por lo tanto, fue como una seňal de alerta cuando Angela Merkel y Emmanuel Macron asumieron la idea de ayudar a los países especialmente afectados por el Coronavirus con subvenciones y no sólo con préstamos. Una idea nacida de la constatación de que, ante la mayor catástrofe desde el final de la guerra mundial, Europa necesita algo más que una gestión rutinaria de la crisis. Un acto de solidaridad genuina ha de tener como objetivo estabilizar una Unión, en momentos en los que el egoísmo y la política nacional de torres de capillita se habían impuesto al principio de la pandemia. Alemania estaba dispuesta a pasar página y a deshacerse de la política europea de toda una década. Es necesario recordar esta prehistoria para valorar adecuadamente el alcance del ´bazar´ en la Cumbre de Bruselas y la relevancia de sus decisiones.

Los estados europeos acordaron un paquete financiero de 1,8 trillones de euros que, además de la ayuda referida relacionada con el coronavirus, también regulara el próximo presupuesto de la UE. Un logro asombroso – y, sin embargo: no basta. No se trata de la materialidad del dinero puesto sobre la mesa, que costó el trabajo acaloradas disputas durante cuatro largos días y noches.

El paquete es inadecuado en un sentido más amplio. No puede superar las contradicciones entre los países del sur y los «Cinco ricos», y entre Europa Occidental y el Este. Estamos ante una paradoja: la Unión ha sido sacudida, pero no parece que vaya a cambiar el estancamiento de la UE.

¿La UE es un proyecto de paz o un cajero automático?

Las decisiones sufren el mismo problema que muchas decisiones de las cumbres desde el cambio de milenio. La UE ha perdido su razón de ser. Algunos todavía la ven como un proyecto civilizador y la respuesta a siglos de derramamiento de sangre. Otros la ven de manera bastante pragmática como un instrumento para reducir su atraso económico, con la ayuda de las arcas de la Comunidad.

Ambas opiniones son legítimas. Como no pueden reconciliarse, el dinero debe usarse como sustituto de la política. El dinero es neutral; puede financiar asesinatos en masa, así como erradicar enfermedades infecciosas. La política, sin embargo, nunca es neutral. Afecta a los pueblos existencialmente. Si esto suena demasiado abstracto, pensemos en el Brexit. Los británicos consideran la independencia como el mayor bien y aceptan sacrificios por ella. Las decisiones sobre cuestiones fundamentales de la vida son la esencia de la política, y por eso mismo afirma su primacía sobre el dinero y la economía.

La UE ya no es capaz de comprender ni tomar decisiones en este sentido meta-económico. Los desacuerdos sobre el rescate del euro sólo se intentaron resolver con dinero. El Consejo Europeo renunció a su poder de conformar la UE en coherencia con los más altos principios, transmitiendo esta tarea al Banco Central Europeo. Y el BCE no sabe hacer otra cosa que llenar el vacío de los valores más altos con programas de compra de bonos. Y eso que su mandato está taxativamente definido, que consiste en asegurar la estabilidad monetaria, pero en realidad se ha convertido en una bazuca económico-política universal, por lo que los guardianes de la moneda europea están disparando a fuego cerrado con todos sus cañones.

Pero a largo plazo, el dinero no es un sustituto de la política. La Corte Constitucional Alemana en Karlsruhe también lo sabe. En un fallo sensacional sentenció que el banco central se extralimitaba en su mandato, mientras no se legitimara políticamente la asignación ilimitada de fondos. Karlsruhe calificó una decisión del Tribunal de Justicia Europeo como incompatible con la constitución alemana, porque había aprobado la compra de bonos. Lo político tiene un valor intrínseco que las otras potencias no pueden ignorar. Sin embargo, a los tecnócratas de las instituciones de la UE – en la Comisión, el Banco Central y en el Tribunal de Justicia – no les importa esto.

El clima de relaciones entre el Oeste y el Este se está envenenando

La omnipresencia del pensamiento monetario en vez del político lo manifiesta la disputa en la UE, sobre la forma de cómo tratar a los gobiernos de Varsovia y Budapest en lo relativo a los derechos fundamentales de los ciudadanos. Los británicos consideran la independencia soberana como el mayor bien y aceptan sacrificios por ella. Las decisiones sobre cuestiones fundamentales de la vida – como hemos dicho arriba-  son la esencia de la política, y por eso afirma su primacía sobre el dinero y la economía.

Sin embargo, dado que la exclusión es ilusoria, la UE decidió condicionar la concesión de subvenciones al cumplimiento de los derechos fundamentales, tal como los entienden la UE. Incluso si Víctor Orban cediera a la presión, lo cual es poco probable, el clima entre el Este y el Oeste seguiría envenenado. No se ganaría nada, o, en otras palabras: se acudiría al dinero como sustituto de la política.

La atmósfera entre el Norte y el Sur está igualmente contaminada, y no sólo desde que los sureños se sintieron abandonados en la crisis del Coronavirus. La ayuda decidida ahora en Bruselas puede a primera vista relajar la tensa relación, pero no cambia esencialmente el conflicto. Las sociedades del norte de Europa tienen un ethos estatal calvinista en el que la responsabilidad y la disciplina desempeñan un papel importante, mientras que en el sur de Europa el Estado se considera principalmente como una vaca a ordeñar. No es de extrañar que los puritanos de los Países Bajos, Dinamarca, Suecia y Finlandia, junto con el neo-puritano Sebastián Kurz en Austria, se rebelen contra los subsidios del Sur.

La UE ya no puede permitirse tomar tales decisiones. Los desacuerdos sobre el rescate del euro sólo se podían resolver con dinero. El Consejo Europeo renunció a su facultad de dar forma al euro y lo transfirió al Banco Central. El BCE llena el vacío con programas de compra de bonos. Su mandato, estrechamente definido, de asegurar la estabilidad monetaria se ha convertido así en una bazuca de política económica universal. 

La comunitarización de más y más áreas políticas, y la unión monetaria, están forzando un alto grado de convergencia. Forman una camisa de fuerza que no deja mucho espacio para respirar. El gesto de solidaridad necesario y correcto en tiempos de epidemias seguirá siendo inadecuado mientras no se dé nuevamente a los Estados miembros de la UE más espacio para una vida propia y soberana.

Mientras se espere que Italia se transforme en la Tierra del Norte, sólo con palmeras y pasta, la próxima confrontación está programada y el gesto humanitario de hoy será olvidado rápidamente.

 

En el círculo vicioso de los tecnócratas

El desenredo, que supondría la retirada de Italia de la Unión Monetaria, sería una decisión altamente política y además correcta. Sería lo contrario al estilo tecnocrático que ha llevado a la UE al punto muerto en el que persiste durante años. Los defensores de la turbointegración argumentan que la integración europea es como montar en bicicleta. Si se detiene, se cae. El bon mot se está volviendo ahora contra sus creadores. La UE ya no avanza. Por lo tanto, debería caerse.

Algunos temen su desintegración, otros la anhelan. Tal vez ambos estén equivocados. Incluso las instituciones escleróticas, con una razón de ser cada vez menor, a veces disfrutan de una larga vida. El Sacro Imperio Romano Germánico, el precursor medieval de la UE, resultó en realidad políticamente obsoleta después de la Paz de Westfalia. Pero se mantuvo otros 150 años antes de su desaparición.

Incluso una Unión estancada puede resistir mucho tiempo, sobre todo porque tiene dos instituciones que siguen muy vivas: el Banco Central y el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas. Como estos también son la encarnación de la tecnocracia, el camino a seguir parece estar trazado. No conduce a más solidaridad y espíritu comunitario, sino a más párrafos y reglas. Cuando no se puedan hacer cumplir, el dinero debe cubrir las grietas. La única pregunta es quién asumirá el papel de pagador constante en esta construcción.

 

 

 

 

 

 

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