https://www.youtube.com/watch?v=ZAZdW6lJ0ds (censurado)
Peter Kopa, 6.8.2018 (ver arriba el gran discurso de Charlie Chaplin)
El planteamiento del drama de Hamlet
Uno de los conceptos más discutidos en los últimos anos es el de la identidad del hombre, que está asumiendo hoy las características de una caja de sorpresas de cualquier cosa se puede sacar de ella. Es una cuestión hamletiana, siendo el punto de partida de toda civilización y cultura humanas. Desde milenios atrás, desde la profunda noche de los tiempos, esta cuestión siempre ha sido absolutamente vital para poder vivir y constituir una sociedad humana. Los intentos de respuesta los encontramos en las religiones de los pueblos, en los jeroglíficos cincelados en bloques de granito por los egipcios, en la sabiduría china, y, sobre todo en la filosofía griega de Platón y Aristóteles, que a su vez fue confirmada y elevada a su más salta expresión por la revelación divina en el pueblo de Israel, fundamento de la sabiduría judeo-cristiana de Occidente.
Hasta que el hombre no acepta esta verdad, que recoge y concilia entre sí todas las verdades dichas y escritas en los últimos siete mil años, se asemeja a una barca en alta mar sin brújula e instrumentos que le permitan conocer dónde está. Dejándose guiar por el polo magnético, la singladura del navegante es serena, aunque tenga que ponerse el esfuerzo que exige todo viaje por la inmensidad del mar y todo camino que aspira llegar a una meta máxima, y por tanto, única y excluyente de otras direcciones.
Esta reflexión clara y sencilla se demuestra en la realidad histórica del hombre como una lucha permanente entre el ser y el no ser, entre la amarga libertad de ir perdido en alta mar y la feliz seguridad de quien sabe quién y qué es, enfilando su vida en la dirección correcta. A grandes rasgos, ésta es precisamente la gloria de Occidente, que permitió un desarrollo civilizatorio jamás alcanzado en ningún otro continente, asumiendo un liderazgo sin precedentes en todos los sectores, como el cultural, técnico, económico etc.
¿Puede el hombre no querer conocer su propia identidad?
Sí, puede. Este es precisamente el gran problema de la cultura occidental actual, que se contagia como el sarampión a las demás zonas del mundo. Los pensadores europeos que han ascendido en sus reflexiones filosóficas a grandes alturas, con la desorientación del relativismo muchos de ellos caen ahora en las profundidades del abismo, porque no aceptan la verdad del hombre, la verdad del polo magnético, que es un conjunto de verdades intocables que están en la base de nuestras leyes, de la ciencia y de nuestra forma de vida. Descartes, en el siglo XVII transmutó por primera vez el orden del pensamiento filosófico, tomando como punto de partida no ya el ser extramental, sino el propio Yo. Una vez abierto este surco, en el cayó toda una corriente de filósofos que iban prescindiendo cada vez más de la primacía del ser y sus leyes, para refugiarse, en un afán de cambiar el mundo a su propia y miserable semejanza, en la aparente comodidad y libertad sin límites del propio yo, como criterio último de verdad.
Uno de los frutos más amargos de este erróneo punto de partida es el racionalismo alemán de Fichte, Schelling y Hegel que son los precursores del pensamiento materialista de Feuerbach y Marx, quien, como es bien sabido, lo expresa como su ideología comunista en su obra ´Das Kapital´. Este abandono del polo magnético costó la vida, como es bien sabido, a 100 millones de personas, matadas a consecuencia de la ideología comunista, que constituyen las matanzas más grandes de la historia humana.
Como es bien sabido, la ideología Nazista también ha buscado justificar sus crímenes en el pensamiento equivocado de Nietzsche y otros filósofos que partían del Yo, y no del ser de las cosas. Al menos 35 millones más de muertes, sin contar los 20 millones de rusos liquidados por Hitler en su afán de someter a Rusia.
El juego actual con la identidad del hombre
Debería ser declarado como un crimen contra la humanidad el hecho de negar que pueda haber una verdad objetiva que todos tienen que reconocer, sobre todo en boca de pensadores de prestigio en cátedras universitarias o en otras posiciones de influencia sobre las masas humanas, que tantas veces han sido maleada por líderes que tenían la obligación de darles la verdad. Los cataclismos bélicos del siglo XX mueven a algunos a propugnar un mundo sin Dios, sin valores, sin verdad, porque piensan erróneamente que han sido la causa de los desastres. Muchísimos otros, sin embargo, dicen lo lógico: las guerras se han producido por el abandono de la verdad, primero en la instancia filosófica y luego en el mundo educativo y cultural. La soberbia humana manifiesta en esto su infinita malicia, una especie de pecado cósmico, que actualmente crea lastimosamente estructuras en las que no se quiere reconocer las raíces judeocristianas de Occidente, como es el caso de la Unión Europea y tantas otras organizaciones que quieren vaciarse de todo valor y de toda valoración cultural, introduciendo el principio del vacío sustancial y de la tolerancia radical, según el sociólogo Ulrich Beck.
Esto explica por qué crece la desconfianza hacia la Unión Europea, sobre todo en los países miembros que han tenido que soportar el yugo comunista desde 1946 hasta 1989: Polonia, Hungría, Rep. Checa, Eslovaquia y los países en los Balcanes: temen perder su propia identidad en un mar que no quiere saber nada de un principio orientador. Según el politólogo István Bibó, miran a la UE como a un potencial tirano que poco a poco va socavando la propia soberanía a cambio de un plato de lentejas. No puede sorprender que la respuesta a esto sea el así llamado populismo, que al lado de algunas exageraciones lleva en sí muchísimas reivindicaciones legítimas.
El mismo fenómeno de fondo lo vemos en el acontecimiento político llamado Donald Trump, o en las últimas elecciones italianas, en los avances de partidos políticos patrióticos en Alemania, en la salida de Inglaterra de la UE etc. Los ciudadanos saben muy bien que una nación no puede ser la mera yuxtaposición de millones de personas bajo la organización del Estado, sino que esas mismas personas tienen una historia común, un idioma, unas convicciones religiosas, un modo de decisiones democráticas, un ejército, una bandera y una cultura. Todos estos elementos juntos, en torno al convencimiento de que Dios existe, conforman una nación fuerte, como es el caso de América y de tantos otros países. Si un país abandona la fé en Dios y en sus leyes, a la larga no podrá evitar su desaparición o absorción por otro poder político.
2 respuestas a “La identidad del hombre: ser o no ser”
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