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Redaccion, 3.4.2021, Praga

El Estado de Miami contra el lockdown:

https://www.theepochtimes.com/mkt_breakingnews/desantis-lockdowns-were-a-huge-mistake_3777926.html?&utm_source=newsnoe&utm_medium=email&utm_campaign=breaking-2021-04-16-1&mktids=d8630dd65bdcb7e33ee18e42e2e146ec&est=NZLqVLR5yohqZviC6r2QlrO4aRLSnQ1CWHEZOK6AlayCPbf4JGb19pRdddEwr%2BCP3Q%3D%3D

Ofrecemos la recensión de un artículo publicado en Zúrich el 1.4.2021, en la ´Neue Zurcher Zeitung´, del catedrático Michael Esfeld, Prof. de Filosofía en la Universidad de Lausana, miembro de la Leopoldina y del Consejo Académico del Instituto Liberal.

Karl Popper y su obra maestra

El mundo libre se enfrenta a una disyuntiva trascendental: ¿son las libertades negociables o no?  Ahora es el momento para releer a Karl Popper y aplicar sus ideas a nuestro presente ingenuo. En nuestro artículo La ´Barrington Declaration´ contra el ´lockdown´ abordamos este asunto que fue silenciado por los ´mainstream-media´, como también en otras contribuciones. Presentamos continuación una contribución al debate sobre lo que está pasando en torno al paro económico y social mundial. La transmutación de la geopolítica mundial

Si se establece el principio de que todo el mundo tiene la obligación de demostrar que sus acciones no contribuyen a la propagación de un virus o al daño del clima, se pone a todo el mundo bajo sombra de la sospecha general.

En 1945 se publicó la obra maestra de la filosofía política de Karl Popper «La sociedad abierta y sus enemigos». Este libro fue uno de los fundamentos intelectuales del rumbo político marcado por los discursos de Winston Churchill en Fulton (Missouri) y Zúrich en 1946: la formación de una comunidad occidental de Estados basada en la libertad y en el Estado de Derecho, opuesto al totalitarismo del imperio soviético. Este rumbo marcó la política y la sociedad durante más de cuatro décadas. En 1989, no parecía necesario un nuevo rumbo: la libertad y el Estado de Derecho se habían impuesto. Y esta suposición fue un error. El rumbo político se está definiendo recién ahora, en 2021. La transmutación de la geopolítica mundial

La sociedad abierta se caracteriza por reconocer a todo ser humano como persona que tiene una dignidad inalienable. De ahí surgen los derechos fundamentales, que son derechos de defensa contra la injerencia externa en la propia vida. El Estado ha de ser un estado constitucional que protege estos derechos; no dirige la sociedad, sino que respeta la autonomía de las personas para que configuren sus relaciones sociales libremente.

Según Popper, los enemigos intelectuales de la sociedad abierta son aquellos que se arrogan tener conocimiento de un cierto bien común distinto; sobre la base de este conocimiento pretenden luego dirigir la sociedad hacia ese bien elegido por ellos, considerándose autorizados a prescindir de los derechos fundamentales, alegando que estaría en juego la existencia misma del hombre. Sin embargo, estos enemigos de la sociedad abierta han quedado expuestos por los asesinatos en masa, que según ellos resultaron inevitables en el siglo XX, en el camino hacia la realización del supuesto bien común distinto. Estas ideas y sus consecuencias políticas pertenecen a la historia de los hechos.

La libertad y el bien 

Sin embargo, nos enfrentamos hoy de nuevo a la elección entre una sociedad abierta y el totalitarismo. La elección de las palabras no es un juego de conceptos verbales, sino muy precisa: en ciencia política, el totalitarismo se refiere a una forma de gobierno en la que el Estado, en nombre de una ideología superior, gobierna en todas las relaciones sociales, sin fronteras ni barreras.

Los enemigos actuales de la sociedad abierta lo hacen igual como aquellos que critica Popper: absolutizan ciertos valores, como es el caso de la protección de la salud o del clima. Para esto, una alianza de expertos y políticos afirma saber cómo dirigir la vida social y la familiar e individual, para asegurar estos valores. Así se enarbola un bien social superior – como es la protección de la salud, las condiciones de vida de las generaciones futuras – quedando la dignidad humana individual y los derechos básicos invalidados. La pandemia y sus indicios convergentes

La estrategia del engaño consiste en utilizar los problemas actuales como una oportunidad para construir crisis existenciales: un virus asesino que anda por ahí, una crisis climática que amenazaría la existencia de la humanidad etc. El miedo que se provoca de esta manera se aprovecha luego para ganar aceptación política y para dejar de lado los valores básicos de nuestra convivencia – como en los totalitarismos que Popper critica. Al fin y al cabo, no son personas malas las que hacen cosas malas, sino que siempre se piensa que se trata personas con buenas intenciones – quienes por convicción de un valor amenazado que se valora existencialmente importante – las que provocan procesos que a la larga pueden tener consecuencias devastadoras.

Este mecanismo golpea el corazón de la sociedad abierta, porque se está jugando con un problema bien conocido, el de las externalidades. ¿Qué significa esto? La libertad de uno termina cuando amenaza la libertad de los demás. Los actos de una persona, incluidos los contratos que hace, repercuten en terceras personas ajenas a estas relaciones, cuya libertad para configurar su vida se ve afectada por estos actos. Y estos factores externos se pueden definir tan ampliamente como se quiera.

Los nuevos enemigos de la sociedad abierta están avivando el miedo a la propagación de una supuesta plaga del siglo – dándose por descontado, que cualquier forma de contacto físico puede contribuir a la propagación del coronavirus. O bien atizan el miedo a una supuesta catástrofe climática, asumiéndose, por supuesto, que toda acción del individuo tiene un impacto en el medio ambiente no humano y, por tanto, puede contribuir al cambio climático. En consecuencia, se supone que todo el mundo debe demostrar que sus acciones no contribuyen involuntariamente a la propagación de un virus o al daño del clima, etc. – la lista podría ampliarse indefinidamente. De este modo, todas las personas son puestas bajo la sospecha general de poder perjudicar a los demás con todo lo que hacen. Las personas sólo pueden liberarse de esta sospecha generalizada adquiriendo un certificado que las exima, como un pasaporte de vacunación o un pasaporte social en general.

Los nuevos reyes filósofos

La disyuntiva a la que nos enfrentamos es, por tanto, o bien una sociedad abierta, que reconoce incondicionalmente a todos como personas, o una sociedad cerrada a cuya vida social se accede a través de un certificado, cuyas condiciones son definidas por ciertos expertos oficiales, como lo fueron en su día los reyes-filósofos de Platón. Al igual que estos últimos, cuyas pretensiones de conocimiento fueron desacreditadas por Popper, sus descendientes actuales no tienen ningún conocimiento que les dé derecho a establecer tales condiciones sin arbitrariedad.

Ahora hay numerosos estudios que demuestran que los cierres o Lockdown no suponen una diferencia estadísticamente significativa en la lucha contra la pandemia del coronavirus. Las sociedades abiertas siempre han combatido con éxito pandemias de magnitudes comparables con medios puramente médicos y no con represalias políticas. Lo mismo ocurre con muchas de las condiciones que se exigen para supuestamente salvar el clima en base a definiciones arbitrarias de lo que se supone que es sostenible en cada caso. Los hechos demuestran que las emisiones de CO2 en los países industrializados sin transición energética (Francia, Inglaterra, Estados Unidos) han disminuido en el mismo porcentaje, en los últimos veinte años, que en los países con transición energética (Alemania). El factor decisivo es la innovación tecnológica en lugar de la curatela paternalista estatal; de nuevo, una sociedad abierta ofrece las mejores condiciones para ello.

Al igual que los antiguos enemigos, los nuevos enemigos de la sociedad abierta provienen de su interior. Aparentemente, a algunos científicos e intelectuales les resulta difícil admitir que no tienen conocimientos normativos nuevos para guiar a la sociedad. Para los políticos en ejercicio, lo mejor es no hacer nada y dejar que la vida de la gente siga su curso. Así es como se presenta la oportunidad, que aparece justo en el momento adecuado, para reconvertir los viejos desafíos en nuevas crisis existenciales, atizando el miedo con cálculos de modelos pseudocientíficos, pensados para conducir a pronósticos catastróficos. Así es como los científicos pueden ponerse en el candelero con demandas políticas a las que el supuesto estado de excepción no pone límites legales. A través de la falsa legitimación científica, los políticos pueden obtener el poder de intervenir en la vida de las personas que nunca hubiesen podido lograr por medios democráticos y constitucionales. A ellos se unen de buen grado los agentes económicos que se benefician de esta política y pueden trasladar los riesgos de sus empresas al contribuyente fiscal.

El nuevo estado de control

El asunto sobre el que aquí reflexionamos es antiguo. Es inherente al Estado mismo, que se limita puramente a la protección: para proteger eficazmente a todos ante la violencia, tendría que ser posible conocer el paradero de todos y en todo momento; para proteger eficazmente la salud de todos, ante la infección virus, tendría que ser posible vigilar los contactos físicos de todos en cada instante. El control puede ser ejecutado por del gobierno o por entidades privadas, lo cual es, en última instancia, irrelevante. La cuestión de fondo es el totalitarismo del control omnímodo, en el que incluso pueden caer los estados y los ordenamientos sociales liberales, si se permite que las externalidades se definan de forma tan arbitraria que al final todo el mundo, con todas sus acciones, esté bajo la sospecha general y permanente de perjudicar a los demás.

Esto sólo puede contrarrestarse volviendo a una visión esencial de lo que es el hombre, basada en la libertad, en la dignidad humana y en los derechos fundamentales con una validez incondicional. Este es el fundamento de la sociedad abierta en el sentido de Popper. Desde esta base se podrán luego limitar las externalidades si infieren daños concretos y significativos a la libertad de los demás, lo cual entonces justificaría las intervenciones externas en el comportamiento de las personas. Si, por el contrario, se abandona esta base, se causará un gran perjuicio a la inmensa mayoría y el beneficio favorecerá únicamente en las élites de quienes se benefician de las condiciones que regulan el acceso a la sociedad cerrada.

Ya es hora de que tomemos conciencia de la disyuntiva ante la que nos encontramos. Esto requiere una visión objetiva y valiente, no impulsada por el miedo.

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