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Licencia para matar en GB

Peter Kopa, Praga, 8.12.2024

La eutanasia o la táctica del salame

En Alemania, una frase hecha indica que, para lograr algo difícil en la política, lo mejor es aplicar la táctica del corte del salame, en rodajas más o menos finas, en vez de consumirlo de un solo golpe, porque llamaría demasiado la atención: primero ha sido la píldora anticonceptiva, luego siguieron los abortos y ahora llegamos a la eutanasia asistida. La siguiente rodaja podría ser que el ciudadano no tenga más derecho a vivir que 75 años, a partir del cual un servicio especial del estado pondría al viejito/a una inyección letal con el trasfondo de un canto de ángeles, en presencia de la propia familia heredera. Ante la enfermedad grave o la incapacidad, si la propia familia pensase primero en la herencia, podría favorecer a su padre o madre el paso a la eternidad.

Se niega la dignidad de la vida

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La terrible votación de hace pocos días en la Cámara de los Comunes británica permite aplicar la eutanasia a quienes no se considere dignos de vida. Este crimen contra el Quinto Mandamiento se ha permitido lamentablemente, durante años, en otros países cristianos como Canadá, Suiza u Holanda, con terribles consecuencias.
Hasta ahora, Gran Bretaña todavía tenía las apariencias y los vestigios externos de un país cristiano. En adelanta es un país diferente, con leyes y gobierno post-cristianos. Es el decaimiento moral de una Iglesia nacional, con un monarca cristiano, adornado con toda parafernalia del antiguo cristianismo de Estado: es una ilusión, una representación teatral, un decorado tras el cual se esconde el vacío. Si el Rey firma esta legislación, que lo hará, como ocurrió con la legalización del aborto en 1967, el proceso iniciado por Enrique VIII, declarándose jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra, habrá llegado a su resultado final, feo y fétido.
Tal vez dirán algunos que ese tipo de lenguaje sea exagerado; se pueden esgrimir reservas o suponer que no llegará la «pendiente resbaladiza» que en pocos años permitiría la coacción del Estado, que obligaría a morir bajo las condiciones que él mismo decida según sus intereses. En Holanda se puede aplicar la eutanasia incluso a niños a partir de 12 años y los pensionistas, económicamente improductivos, corren el riesgo de que el seguro médico oficial ya no cubra los tratamientos caros.

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El Estado nazi no sólo mataba a los que consideraba «indignos de vivir», calificándolos cínicamente como un acto de misericordia, sino que también liquidó a un cuarto de millón de personas por razones eutanásicas. En la Iglesia Católica hubo quienes sí alzaron su voz, quienes no tuvieron miedo, quienes no fueron cobardes sino valientes y firmes en sus convicciones.
Así, el obispo de Münster, ahora el beato Clemens von Galen, predicó apasionada y enérgicamente contra las leyes nazis de la eutanasia, arriesgando su propia vida. Tan poderosas fueron sus prédicas y enseñanzas, que llegó a ser conocido como el «León de Münster». Otro valiente líder fue el P. Alfred Delp, S.J., ejecutado por los nazis en 1945.

¿Qué hacer?

Cualquier persona portadora de la cultura judeo-cristiana, o al menos convencida de la más elemental moral natural que retumba en la conciencia no puede quedarse callado. El silencio cobarde permitió a Hitler subir al poder, análogamente como en tantas otras naciones o reinos en la historia que han sido víctimas de tiranías y despotismos.
A ciertos profesionales esta cuestión les interpela dramáticamente: concretamente a los médicos, que han hecho el juramente hipocrático de defender la vida, o al enfermero o a cualquier otro profesional de la medicina. Durante la pandemia del COVID 19 hemos visto cómo médicos, en diversos países, perdieron su licencia profesional por no aplicar los medicamentos o tratamientos exigidos por el Estado o por protestar contra ello, lo cual ha costado innecesariamente la vida de miles en todo el mundo.
¿Quién hablará, quién actuará, quién será testigo? Sólo podrán ser hombres y mujeres, que fieles a su conciencia, no participan en este crimen. El teólogo protestante Stanley Hauerwas ha escrito unas palabras muy concisas y sencillas que nos ofrecen un plan sobre cómo responder. Escribió: «Yo digo que, dentro de 100 años, si los cristianos son conocidos como un extraño grupo de personas que no matan a sus hijos ni a sus ancianos, habremos hecho una gran cosa».

Fuente: Fr. Benedict Kiely / Anthony Esolen, art. 2.12.2024 Catholic Thing, USA

 

 

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