El mal y el maligno
Peter Kopa, Praga, 4.11.2024
https://www.youtube.com/watch?v=sz5FgAv3iWk
Introducción al tema
Los intelectuales nórdicos racionalistas en Occidente no tienen reparo en hablar abiertamente del mal, entendido en su completa realidad como el demonio y el infierno, tal como se revela con asombrosa insistencia en las Sagradas Escrituras. En cambio, en el mundo intelectual latino, existe un cierto pudor para tocar este tema. Se siente como una especie de reparo y vergüenza, especialmente en espíritus de poca fe, y mucho temor a comprometer el propio perfil profesional como profesor o periodista. En este sentido, el diario suizo Neue Zuercher Zeitung, de gran prestigio y el más antiguo del mundo, es uno de los más grandes exponentes del pensamiento nórdico librepensador. Ha publicado recientemente en alemán un artículo muy acertado sobre el mal y el maligno, salido de la pluma de G. Gracia. A continuación, sigue una recensión comentada.
El Occidente no quiere ver el mal
Durante siglos, el mal formó parte de la brújula espiritual de Occidente. Cada vez se olvida más. La confusión moral de nuestro tiempo así lo atestigua, con el riesgo de perder las bases sobre las cuales ha surgido su grandeza: https://thinktanklatam.org/wp-content/uploads/2023/08/pexels-omer-derinyar-17709690-1-scaled-e1692023066145-1530×1536.jpg
Ante las guerras y convulsiones sociales se esperaba ingenuamente que todo ello conduciría a un mundo mejor. Pero en esta esperanza no se ha tenido en cuenta al mal, derivándose hacia una visión materialista. El hombre contemporáneo ilustrado cuenta sólo con la naturaleza, arrinconando los principios morales, en una sociedad abierta que permite a cada uno vivir una vida autodeterminada.
Se olvida la advertencia del poeta francés Charles Baudelaire: «¡No olvidéis nunca, cuando oigáis el elogio del progreso de las luces, que el truco más pérfido del diablo es convenceros de que no existe!». En la Biblia, el mal aparece como la serpiente en el jardín de la vida, sembrando la desconfianza en los comienzos mismos de la creación del hombre. Tal vez sea el mismo maligno que denuncia el escritor estadounidense Louis Begley cuando califica el siglo XX como el «réquiem satánico»: el siglo de Hitler, Stalin y Mao, con cientos de millones de muertos en guerras y persecuciones.
Ante semejantes sacudidas de la civilización, a la sociedad burguesa le gusta recurrir a abstracciones académicas, a estudios históricos o sociológicos, para reprimir o no ver el abismo. Pero todo hombre presiente en lo profundo de su alma, que le espera una eternidad de gloria o de condenación. Y esto es aterrador cuando el hombre prefiere hacer como el avestruz, buscando amparo en la cancelación racionalista de la cuestión: juzgando el tema como una tenebrosa superstición medieval que pervive hasta hoy, o como un cuento para atemorizar a niños desobedientes.
El escapismo psíquico
Las causas del mal se atribuyen así a la pobreza, la injusticia social o a la narrativa oportunista de algún discurso político. Así, el hombre actual pretende reducir aquello a una especie de trastorno o a un problema clínico. La idea de un infierno que todos reprimimos secretamente en nuestro interior es tanto más indeseable cuanto menos conscientes somos de ello.
La paz ilusoria de la prosperidad nos hace soñar que las personas son intrínsecamente buenas. Esto precisamente lo han promulgado Voltaire y Rousseau al pensar en la democracia, lo cual halaga nuestro propio ego. Por tanto, el mal que existe en el mundo debe proceder sólo de estructuras de poder malvadas. Pero la verdad es que todo ser humano no sólo es capaz de grandeza, sino también de bajeza, ya que la libertad implica también el poder elegir el mal en cualquier momento. Jordan Peterson nos habla sobre esto: https://www.youtube.com/watch?v=wI49qBpNOts
«En el hombre habita la concupiscencia de la bestia y la bondad del ángel, ambas al mismo tiempo», escribió el Doctor de la Iglesia del siglo XIII Tomás de Aquino. Esto ha sido la brújula espiritual de Occidente, que lamentablemente se tiende a olvidar cada. La confusión moral de nuestro tiempo así lo atestigua, inmersa en el relativismo que dificulta distinguir el bien y el mal.
La tentación de decidir sobre el bien y el mal
Una civilización de la libertad que no tiene en cuenta el mal, obviamente no se hace mejor ni más libre, sino que pierde la capacidad de reconocer el mal y su personificación, el demonio. La libre elección del mal destruye la propia libertad, comportándose como enemigo de la vida y propagándose como un virus que acaba por erosionar la cultura de un pueblo.
Por eso es tan importante hablar del mal y tomar consciencia de él, lo cual podría parecer reaccionario ante el actual relativismo dominante que niega los principios morales universales. Allí donde el mal sigue desempeñando una función, en el cine o en una serie de Netflix, se instrumentaliza sólo para plantear la tensión entre el bien y el mal, que es la esencia de toda narrativa: por ejemplo, los asesinatos por fanatismo, los círculos de poder de los satanistas secretos etc.: lo que aquí se presenta como el mal, exacerbado, siniestro y aborrecible, no deja de ser un indicio de que existe.
En la vida real, sin embargo, el mal peor es el que busca el aplauso del gran escenario, buscando ser atractivo. Promete un yo mejor y una vida mejor. Esto bien lo sabe la literatura clásica. Igual que el demonio bajo la forma de serpiente, en del Jardín del Edén, promete al hombre que puede llegar a ser como Dios mismo si no obedecen el mandato divino. O igual a Mefisto en el «Fausto» de Goethe, donde el maligno le promete un conocimiento que lo elevaría hasta el nivel de Dios mismo.
En Dostoievski, los revolucionarios nihilistas sueñan con un hombre nuevo sin las ataduras de la vieja moral, cuya demolición han producido, en última instancia, las guerras. En el «Relato breve del Anticristo» de Vladimir S. Solovyov, Satán aparece como un humanista. Pretende reunir a las naciones y las religiones para crear una Europa unida, con él, Satán, como presidente, a quien el pueblo aclama. ¿No cabe ver en esto el afán de hoy de echar abajo toda autoridad, soberanía y patria, para instaurar el nuevo orden mundial distópico?
Los engaños del mal y del maligno
El padre de la mentira: en el pensamiento cristiano, éste es el nombre de Satanás. Se le describe como un confundidor del alma, un adulador del ego que lleva a la gente por el mal camino. Sugiere al hombre desistir de su lucha por el bien, llamándolo a la liberación de toda atadura.
El maligno engaña así al hombre, ocultándole el bien. Le sugiere que el progreso técnico es un bien que está por encima de los valores morales de la cultura tradicional, o que la medicina y la ley tienen licencia para matar. La civilización digital más inteligente y sin rostro humano es también un mal porque rebaja los estándares de humanidad. Las personas se vuelven más frías y, en última instancia, despiadadas, formándose así un caldo de cultivo para la alienación, el odio y la violencia que hoy tanto lamentamos.
La concepción del de mal ha de ayudarnos a reconocer las tentaciones a las que estamos expuestos. Para ello es conveniente una orientación espiritual que nos facilite ser vigilantes y humildes, autocríticos y, por tanto, seguros de nosotros mismos, sobrios y firmes de carácter.
El mal siempre permanece
La ignorancia y la indiferencia en este asunto debilita el carácter, que lleva a un comportamiento análogo al de una oveja en el rebaño, sin el esfuerzo de seguir sus principios morales. Un rebano humano tontamente pasivo es el presupuesto ideal para la tiranía y el terror. La historia nos enseña que la mayoría silenciosa suele dar más espacio al mal por cobardía y conveniencia que los extremismos de minorías dispersas.
La revitalización del realismo judeocristiano movilizaría las fuerzas del bien, incluso entre los jóvenes que al final buscan profundidad y sentido en el gran parque de atracciones del presente. https://thinktanklatam.org/identidad-verdad-y-sentido/ Una profundidad que incluya la experiencia de que la libertad y la bondad no pueden darse por sentado, sino que hay que conquistarlas con esfuerzo. Y que las personas no son intrínsecamente buenas, pudiendo traer al mundo mucho sufrimiento o mucho amor. El gran escritor suizo Friedrich Dürrenmatt lo expresa así: «El amor es un milagro que siempre es posible, el mal es un hecho que siempre permanece».