Peter Kopa, febrero 2020
https://www.youtube.com/watch?v=qtVzdBDXm3E
Apología del hombre
Me llama la atención la frecuencia con que aparece este tema en la prensa alemana y en la de USA. Es lógico, porque son los valores los que dan el hombre la motivación necesaria para vivir en cierta situación de equilibrio, sabiendo a dónde va y qué sentido último tiene el espectáculo de la propia vida, a través de la cual vemos al mundo y nos situamos en él. Si la vida no fuese más que una vida animal, sin un horizonte más elevado, todos los humanos tendrían razón suficiente para pegarse un tiro en la cabeza, porque en toda vida suele ser mayor la porción ardua y sufrida en comparación con los momentos de placer, de felicidad.
A pesar de tantos elementos negativos, que tienden a destacar y exagerar los medios del mainstream, la realidad es que la mayoría silenciosa de la humanidad guarda en el fondo del alma aquella sabiduría íntima que le mueve a bregar, a sacar adelante a la familia y a los hijos, a realizarse gracias a una fuerza que no puede venir en absoluto del ambiente circundante, sino que tiene sus veneros en las arcanas alturas de la sabiduría religiosa y en valores profundamente arraigados en el alma. Pensemos en una familia pobre de la India, de los países árabes, en tanta gente sencilla en el continente americano.
El orden ascendente de los valores
Primero el hombre tiene que tener los bienes elementales, que, a manera de condición, le permiten vivir y desarrollarse: alimentación, techo, salud etc. Luego vienen los valores de la propia formación e instrucción en la escuela, si acaso hasta la universidad, y después están los valores que provienen de las propias virtudes aprendidas e integradas en la propia vida, que le permiten ejercer su libertad en el trabajo y en todos los campos: los valores de la veracidad, justicia, prudencia, templanza etc. A un nivel más alto encontramos el goce estético que produce la belleza, en donde aparece ya la chispa del amor, que como tal sólo debería tener por objeto una persona, que pueden ser los padres, amigos, el propio conyugue, la propia patria. Está claro que, siendo estos amores distintos, a su vez remiten a un amor todavía más alto y último, que es el amor a Dios, al menos para un creyente.
Por tanto, cuando se ama una cosa (un coche, animal, una afición, o incluso un vicio más que a una persona o a Dios), la consecuencia es el cuarteamiento de la personalidad, que trae consigo un creciente desasosiego si no se lograr cortar.
¿Crisis de los valores?
Desde que hay hombres sobre nuestro planeta ha habido crisis de valores. En realidad, las luchas más impresionantes es la que libra cada hombre en su propio corazón, para lograr la libertad que permite el correcto escalonamiento de los valores en la propia alma.
Ciertamente, estamos viendo en los últimos años a un bajón en el frente de los valores. Se dice que nuestro mundo actual, en el 2020, se puede comparar a la decadencia del Imperio Romano, hasta su ruina total en el año 476. Este tipo de proceso se produjo en casi en todas las demás civilizaciones, por lo que tenemos que preguntarnos ahora si nosotros tenemos hoy el mismo problema o sí la situación es distinta. En Alemania, por ejemplo el Gobierno se planteó este problema abiertamente, no pudiendo encontrar ninguna medida práctica para remediarlo, lo cual resulta lógico porque los valores éticos han sido siempre sustentados por convicciones religiosas y por antiguas tradiciones y modos de comportamiento que siempre han tenido una dimensión profundamente ética y moral, como es sobre todo el caso en la cultura judeo cristiana, que hunde sus raíces en una historia de cuatro mil años y que gracias a ella el Occidente logró su grandeza.
Cuando estás reglas no se respetan sufre profundamente el hombre la su convivencia social. Los síntomas de esta decadencia se manifiestan en un cansancio moral que lleva a pensar que ya no vale la pena sacrificarse por nada. Se trata de un ambiente interior de pesimismo que termina en frivolidad y en el carpe diem: es decir, en el ´comamos y bebamos que mañana moriremos´. Este tipo de personas al final solo buscan la diversión, el pasarlo bien, el tener momentos de intensa experiencia sensorial.
Decadencia de las minorías
Mientras lamentamos la decadencia, que da la apariencia de que todo está podrido, hay que tener en cuenta que el bien no es noticia, sino que se da por supuesto y sirve de trasfondo contrastante que destaca el mal. ¿A qué medio del mainstream se le ocurrió alguna vez dar la noticia de que en un día Lunes en Alemania, muchos millos de padres se han esforzado para despachar sus hijos al colegio, hacer el desayuno y llegar a tiempo al puesto de trabajo? O quién ha valorado en una noticia de prensa la labor tenaz del personal sanitario, o del que mantiene los transportes, o de la gente que nos aseguran la energía eléctrica, el agua etc. Aunque estos servicios se pagan, el goce y el servicio que nos dan es mayor, porque de lo contrario, no lo pagaríamos. Y ni qué decir de los que mueren en un campo de batalla, o de los músicos y artistas etc.
La decadencia que sufrimos viene de muy lejos, desde hace por lo menos 400 años atrás: cuando se comenzó, a nivel filosófico, a enaltecer al hombre por encima de todo, como el centro absoluto de referencia, sustituyendo así a Dios y a su Ley. Por tanto, hoy a algunos les faltan puntos de referencia para identificar la identidad y destino del hombre, lo cual ha llevado, al final, a la caída en las garras del materialismo, de donde proviene el comunismo y del nazismo, que en total han producido 150 millones de muertes en el siglo XX. Lo impresionantes es que el mundo occidental no ha escarmentado, sino que la gran fiesta del crecimiento económico inesperado tiene una enorme fuerza seductora, porque permite todo tipo de ´lujos´que hace medio siglo sólo eran asequibles a los millonarios.
Indicadores de la decadencia: en Europa y USA al menos sesenta millones de nonatos abortados, el desenfreno sexual, los divorcios y la destrucción de la familia, la droga, el alcohol etc. El vacío de auténticos valores se llena últimamente por principios falsos, como lo es la ecología, cuando se absolutiza, ignorando que la ciencia no justifica en modo alguno el pánico o la histeria ambiental. Son legión los científicos que se oponen al engaño ecológico, pero no se les hace igual eco como a ciertos políticos, que precisamente han descubierto en la ecología, como también en el genderismo etc. ideales elementos de subversión y enfrentamiento en la sociedad, haciendo ellos de árbitros del juego para dar la victoria a quien más les interesa. En el fondo es el juego de la dialéctica marxista del divide y vencerás. En 1917 se enfrentaron en Rusia los pobres a los ricos y a la nobleza. Y como el problema de la pobreza ya no es tema, hay que buscar otros. Y en el futuro quizás se busque manipular la opinión pública para enfrentar los viejos pensionistas (como explotadores de la clase trabajadora) a los jóvenes, o a las mujeres contra los hombres, cosa que en realidad está ya sucediendo.
Cuando el individuo no tiene principios es presa fácil de todo tipo de manipulaciones políticas o comerciales, que le llevan a votar a candidatos malos o a gastar mal su dinero. Se opone apasionadamente a las exigencias de la moral porque no quiere abandonar el pedestal de su autosuficiencia. Sin embargo, nadie sabe qué porcentaje de gente ha tirado por la borda los valores, ya que las encuestas que se hacen se basan en el muestreo y en preguntas puestas de tal forma, para que se consigan los resultados que se buscan. No es posible tomar el pulso a decenas y cientos de millones de personas, y si nos fijamos bien la gente sigue luchando para vivir dignamente, como tantas madres y tantos padres que mantienen su familia trabajando, viniendo a ser la mayoría silenciosa que en su interior siguen procurando ser fieles a la fe y a los principios éticos. Es una mayoría que no manifiesta el gran ruido del desenfreno que produce un pequeño porcentaje de la población mundial, que tiene el dinero para hacerse escuchar y para dar la apariencia de que todos son como ellos.