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A los sesenta anos de la aparición de la píldora anticonceptiva (ac), su uso está cayendo a tal punto, de que se está poniendo de moda su rechazo, debido a los grandes inconvenientes que siempre ha supuesto para la salud. Los medios abundan en testimonios como: ´nunca me he sentido tan libre, como si me hubiese liberada de una carga pesada sobre mis hombros´ .
Se acusa a la píldora de afectar el sueno, de producir jaquecas, de fomentar depresiones, frigidez sexual etc. etc. Por ejemplo, en Alemania, el consumo ha bajado al 53% de las mujeres y en Austria al 38%. Además, ahora los médicos desaconsejan su utilización después de los 35 anos de edad, en parte debido al peligro de trombosis que ha llevado a la tumba a cientos de mujeres.
Uno de los efectos lamentables de la píldora es la pérdida de respeto del hombre hacia la mujer, transformada en un objeto de gozo sexual disponible a todo hora y en cualquier sitio, hasta el extremo del hastío entre las partes. Este proceso se refuerza por el hecho de que la relación sexual bajo el efecto de la píldora impide dignificar el acto de amor, que por naturaleza está orientado a la transmisión de la vida, y que por tanto tiene en sí mismo un profundo significado moral, en el que las partes tendrían que verse como cooperadores en la transmisión de la vida, y, por tanto, tendrían que vivir sus propias vidas como vocación destinada a proteger esa vida como padres, y luego como abuelos. Esta relación fundamenta a la familia como la célula absolutamente esencial en la formación y mantenimiento de la sociedad humana.
Se comprende bien que el acto voluntario de evitar – o incluso matar el hijo en el caso de las píldoras abortivas – el hijo es considerado pecado grave no sólo por los principios morales judeo-cristianos, sino también por las demás religiones.