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Peter Kopa, Praga, 14.4.2021
En el diario NZZ de Zúrich ha sido publicado, el 8.7.2020 un artículo de Turner, profesor de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Stanford, USA, sobre el riesgo del totalitarismo estatal basado en los medios digitales. Ofrecemos sus afirmaciones más importantes y algunos comentarios nuestros.
Los principales empresarios del Silicon Valley -desde Steve Jobs hasta Mark Zuckerberg- han declarado que los medios digitales contribuyen a una sociedad más igualitaria, más colaborativa y totalmente libre de tiranía estatal. A estas alturas, quizás no deberían estar tan seguros. Porque en los últimos años, la gente de todo el mundo ha empezado a darse cuenta de una sorprendente ironía: Los mismos aspectos de los medios digitales que se creía que harían nuestras sociedades más democráticas, están en proceso de socavar las instituciones y normas democráticas.
Vigilancia y desinformación
La supuesta manifestación de las voces de todos los individuos olvidados, a través de las redes sociales, no ha ampliado realmente el ámbito de la esfera pública, sino que ha dado lugar a una gran cacofonía. La facilidad con la que se pueden alterar las imágenes y los textos digitales está erosionando gradualmente nuestra confianza hasta en los hechos mismos. En USA, uno puede pensar con razón que los fundamentos sociales y culturales del debate democrático, y con ello el estado democrático mismo, empiezan a resquebrajarse (¿Es la democracia un engaňo?)
Al mismo tiempo, están surgiendo las bases de una nueva forma de gobierno autoritario a nivel global. Los estados no sólo están desarrollando y utilizando sus propias tecnologías, para fines de vigilancia y propaganda, sino que también están favoreciendo a que se imponga el funcionamiento de las empresas tecnológicas nacionales e internacionales.
Algunos ejemplos: El gobierno de Arabia Saudita rastrea a sus opositores con una tecnología de vigilancia desarrollada y fabricada en Israel. Para hacer un seguimiento exhaustivo de cada uno de sus ciudadanos de forma individual, la República Popular China utiliza Wechat, un sistema que se emplea en todos los momentos y situaciones de la vida, desde los pagos hasta los acuerdos o la difusión de las noticias. Y en Estados Unidos, empresas como Palantir trabajan mano a mano con las fuerzas gubernamentales, desde las agencias de policía locales hasta la Administración de Seguridad Nacional (NSA). La verdad versus la mentira
Los Estados democráticos, por tanto, aprovechan las nuevas tecnologías, lo cual es tan paradójico como trágico: las mismas tecnologías que tienen el potencial de promover la libertad de expresión individual también pueden diluirla. Y esto porque pueden utilizarse para vigilar a toda la población, acumular datos que permiten el control de su comportamiento y desarrollar algoritmos que contrarresten las potenciales amenazas mediante su predicción.
Situación en la China
Las tecnologías digitales han ampliado dramáticamente las capacidades del Estado Chino en todas estas dimensiones. Las redes inalámbricas que permiten a las masas hablar on line, hacen posible al Estado a seguir sus actividades a nivel individual con extraordinaria precisión.
Cada acción de un usuario de instrumentos digitales crea un rastro electrónico. Y como estos rastros son de naturaleza electrónica, requieren poco espacio de almacenamiento. Los almacenes llenos de archivos de papel, típicos de las políticas de vigilancia de los estados pre-digitales, pueden ahora ser sustituidos por discos duros del tamaño de una caja de zapatos. De este modo, los datos se acumulan, se analizan y se vuelven a poner al instante en circulación. Y utilizando el aprendizaje automático y la inteligencia artificial, estos conjuntos de datos son capaces de predecir casi en tiempo real quién podría actuar contra el Estado.
Esto anima al gobierno chino a permitir e incluso provocar que los individuos expresen sus opiniones en la red, que los ciudadanos lo interpretan como una mayor libertad. Al mismo tiempo, sin embargo, esto permite al Estado rastrear las protestas emergentes y cortarlas de raíz, primero borrando los mensajes digitales y luego castigando a sus autores. También le permite pagar a muchos miles de usuarios para que inunden el Internet chino con contenidos y mails progubernamentales, para hacer creer que se trata de acciones democráticas totalmente espontáneas. Esta fiesta de los 50 céntimos, como se llama irónicamente a estas medidas, aumenta enormemente la popularidad del Estado y hace cada vez más difícil oponerse a él.
Pero la estrategia estatal más eficaz en materia de tecnología digital es vincular diferentes tipos de datos. En la provincia de Xinjiang, por ejemplo, el gobierno ha tratado de domar a una minoría inquieta de esta manera. Así, el Estado ha implementado un amplio sistema de vigilancia por vídeo, drones con cámaras y rastreadores GPS para seguir los movimientos de cada ciudadano.
Reuniendo diversas fuentes de datos y utilizando técnicas como el reconocimiento facial, los sensores de huellas dactilares y las pruebas de ADN, el gran hermano chino consigue vigilar y controlar a la población regional con un extraordinario grado de precisión individual. En cuanto los datos hacen sospechar que alguien se ha pasado de raya, se llama inmediatamente a la policía al sitio en cuestión.
Sin embargo, el sistema chino no es perfecto. Al fin y al cabo, sigue siendo desarrollado y operado por seres humanos falibles, y sostiene un complejo régimen estatal que, como cualquier otro, sufre conflictos internos. Por otro lado, este régimen es sumamente poderoso. Y, por tanto, nos abre los ojos y nos muestra un posible triste futuro para las democracias occidentales.
El riesgo futuro para la democracia
También en los Estados democráticos occidentales ya existe una red de vigilancia eficaz. Basta con pensar en los datos que Facebook ha recopilado de sus usuarios, o en los datos que Google adquiere en un día lleno de consultas de búsqueda.
Esto, naturalmente, da lugar a una tentación en los Estados. Podrían, en tiempos de crisis, exigir a las empresas la entrega de sus datos o algoritmos bajo amenaza de intervención forzosa. O simplemente podrían obligar a esas empresas a cooperar mediante una regulación adecuada. Un Estado, y especialmente un Estado autoritario, tiene un apetito casi infinito por la tecnología informática y el poder que lo permite. Es fácil imaginar el dinero que las empresas digitales pueden ganar a cambio de satisfacer estas necesidades digitales.
La colaboración relevante de las empresas digitales con el Estado en USA no parece aún igualar el nivel de centralización controlada por el Estado que vemos en la China. Pero podría llegar a esto muy rápidamente. Eso sería -como se mencionó al principio- una especie de ironía de la historia reciente. Los ciudadanos tendrían que resignarse con el hecho de que su deseo de avanzar en la libertad individual ha contribuido a establecer una nueva forma de poder estatal, dirigido hasta el más mínimo detalle.
2 respuestas a “La tiranía de los medios digitales.”
[…] ¿Porqué los mainstream-media han mantenido un silencio absoluto sobre esta inflación tan brutal de cifras? (La tiranía de los medios digitales. […]
Porque los mainstream-media probablemente les conviene fomentar el terrorismo pandémico.
P. Kopa