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La izquierda intelectual petrificada

La izquierda intelectual petrificada

https://www.youtube.com/watch?v=8UVUnUnWfHI&t=393s

Peter Kopa, Praga, 11.8.2020  –  The English version follows below

Rescensión de un artículo del prestigioso intelectual Prof. Hans Ulrich Gumbrecht, aparecido en alemán, en agosto 2020, en Zúrich, en la Neue Zuercher Zeitung. Presentación en Wikipedia: Hans Ulrich Gumbrecht (Wurzburgo, 15 de junio de 1948) es un teórico literario estadounidense de origen alemán cuyo trabajo abarca desde la filología y la filosofía, pasando por la historia literaria y cultural hasta las epistemologías de lo cotidiano. Profesor de la Universidad de Stanford desde 1989, ocupa la cátedra Albert Guérard como profesor en los Departamentos de Literatura Comparada y Francés e Italiano, en la Sección de Literaturas, Lenguas y Culturas de Stanford; también colabora en los Departamentos de Estudios Alemanes, Culturas Ibéricas y Latinoamericanas, y en el Programa de Pensamiento y Literatura Moderna de dicha universidad.

 

Por qué la actitud crítica de los intelectuales está pasado de moda

¿Por qué tiene la izquierda siete vidas?

Los intelectuales, en particular, están muy interesados en cuestionar el equilibrio del poder. Pero los que son demasiado críticos suelen ser sobre todo una cosa: moralistas. El juicio crítico se hizo necesario con Platón y Aristóteles, cuando el conocimiento general ya no era suficiente.

Con demasiada frecuencia está surgiendo un nuevo uso de las palabras.  Así, la sustitución del adjetivo «interesante» por el participio «excitante», se ha convertido en una regla, con algunas variantes, en el idioma alemán, lo que resulta particularmente molesto, simplemente por razones de gusto. Igualmente, irritante es la inflación conceptual del concepto «sostenibilidad», cuyo tufillo a moralina nos presenta recomendaciones demasiado bienintencionadas, y, a la vez, confusas.

Sin embargo, lo más difícil son los casos en que el significado original de una palabra se ha convertido en su contrario, sin que sus seguidores quieran sacar ninguna consecuencia de ello. Así el término «crítica», que hace dos siglos y medio significaba la más alta pretensión de conocimiento de la capacidad cognoscitiva de la mente humana y que, tras una historia de decadencia terminológica olvidada, se ha convertido ahora en una parodia de sus orígenes.

Primero Kant, luego Marx

Esa relevancia práctica del juicio, como precursor del concepto moderno de la ´crítica´, siempre estuvo al alcance de las discusiones filosóficas de la antigüedad, especialmente en Platón y Aristóteles, y podría servir de orientación, si un proceso de higiene intelectual volviera a abrir la posibilidad de un nuevo uso de las palabras. Su historia moderna, por otra parte, comenzó, especialmente en el idioma alemán, al más alto nivel, en los escritos «críticos» de Immanuel Kant y su intención de emprender «no una crítica de los libros y sistemas, sino más bien de la razón en general». El término inglés «critique» ha conservado precisamente este significado de un examen de la capacidad humana para el conocimiento, con el que la Ilustración alcanzó su clímax y conclusión.

Entre los pensadores del idealismo, especialmente entre Fichte, Schelling y Hegel, la palabra «crítica», por un lado, perdió la posición dominante que había ocupado en los escritos de Kant y, por otro lado, sufrión cambio en su contenido conceptual. Fue el resultado de una creciente proximidad al entonces nuevo concepto de ciencia, que rápidamente adquirió un aura de superioridad intelectual después del siglo XVIII –  en contraste con la facultad cognitiva general que Kant había estudiado.

Pero fue recién bajo los llamados «hegelianos de izquierda», que utilizaron el pensamiento de Hegel sin llegar hasta sus conclusiones en sus discursos filosóficos. Especialmente en Karl Marx la «crítica» asumió la posición central y el significado preponderantemente polémico que aún tiene hoy. Esto surgió de la combinación del prestigio del lenguaje científico (en los que se basó Marx, por ejemplo, en su «Crítica de la filosofía hegeliana del derecho» de 1844) con el rechazo de las condiciones del Estado contemporáneo y su economía capitalista (por ejemplo, en la «Crítica de la economía política» de 1859). Esta asimilación convirtió la palabra “crítica” en un instrumento político que se suponía podría ayudar a cumplir la promesa de una sociedad «sin clases».

 

Un cortocircuito fatal

A través del singular impacto de los escritos de Marx y Engels, la conexión entre el aura de las ciencias y la polémica política se convirtió en una condición dominante de la experiencia a finales del siglo XIX y principios del XX. Cualquiera que se topara con esta amalgama apenas necesitaba justificar su reacción, porque el marxismo se consideraba erróneamente superior.

Al mismo tiempo, esto bloqueaba la posibilidad de una evaluación positiva de las aportaciones, que se había dado desde el ejercicio inicial del juicio científico. Así, cualquiera que alguna vez expresaba elogios, caía bajo la sospecha de ser parte de una conspiración de explotadores contra las clases trabajadoras.

La unilateralidad del juicio como rechazo también prevaleció en la «Teoría Crítica», una exigente práctica académica de análisis del arte, de la literatura y de la música sobre una base marxista, que ha continuado emblemática en los escritos de Theodor W. Adorno hasta el día de hoy. La oportunidad política de la experiencia estética, afirmaba Adorno, surge de la condensación y visualización de los conflictos de clases a través de las formas de las obras.

La falta de autocrítica

Entre sus grandes logros están también las reflexiones de Jürgen Habermas sobre situaciones estructurales de injusticia en las sociedades de finales del siglo XX. Pero no importa cómo Habermas, como intelectual ampliamente difundido, contribuyó al establecimiento tardío de una vida democrática en Alemania, ya que el aura de superioridad de la ciencia también prevaleció claramente en sus polémicas. Mientras que él estaba en gran parte de acuerdo con su camarada de la generación francesa de Michel Foucault, con respecto a los agravios sociales y sus alternativas, los seguidores de la «Teoría Crítica» impusieron sus reservas ante la ausencia de una base marxista en las obras de Foucault, hasta el punto de llegar a absurdas acusaciones de neoconservadurismo.

En un libro publicado el año pasado, el propio Habermas diferenció una vez más su concepción de la ciencia en el contexto de las tradiciones de la fe. A diferencia de él, sin embargo, la mayoría de los intelectuales que alcanzaron honores académicos y públicos bajo su influencia – con la pretensión de seguir siendo críticos, de todas las cosas – se cerraron a cualquier revisión autocrítica.

Ciegos a los fenómenos del avance del siglo XXI que no se pueden negar, sobre el trasfondo del supuesto calentamiento global, la transformación del trabajo humano mediante la tecnología electrónica y los cambios en la pirámide demográfica de la edad, el marxismo se sigue aferrando a sus dogmas filosóficos anticuados y a certezas de la ética propia (una nueva palabra favorita). Esta inquebrantable firmeza de principios erróneos recuerda a sus oponentes populistas en la arena pública, que confían en la aceptación sin contenido de los gestos de autenticidad como un nuevo modo de política – tachándolos de que no se atienen a lo „políticamente correcto».

 

Los ideólogos y los populistas

Quien busque los motivos de esta petrificación del espíritu crítico de antaño se encontrará una vez más con una extraña afinidad con el lado político opuesto.

Se ha identificado bien, creo yo- un estado de ánimo del «quedarse atrás» y el consiguiente resentimiento que produce ante el presente tecnológico-cultural, como la situación a la que, por ejemplo, los actuales jefes de Estado de los Estados Unidos, Brasil, Italia o Hungría deben su base estable de votantes. Pero, ¿no puede observarse un resentimiento estructuralmente similar entre la «izquierda crítica» del pasado -y de la actualidad-, cuyas imágenes tradicionales de progreso social (como la reducción drástica de las horas de trabajo) han perdido su atractivo para otros contemporáneos en la medida en que se han hecho factibles?

El hábito de ser crítico se ha convertido en la afirmación final de una utopía social pasada – y la grotesca auto celebración del resentimiento como ciencia. Los intelectuales curiosos deberían liberarse del hechizo de esta última etapa mediante la práctica de intervenciones polémicas en el lenguaje cotidiano, incluso si se trata de una «afirmación» final del síndrome de la «crítica».

 

Cualquiera que señale las implicaciones congeladas en la práctica crítica de la izquierda ya no debe permitir que se le acuse de ser «afirmativo», «derechista» o «neoliberal» hoy en día. La obligada insistencia de los intelectuales en un estrecho espectro de posiciones políticas ha sido siempre el legado de un concepto amputado de «crítica», y por lo tanto un gran malentendido de sí mismo.

 

El impulso de una crítica del concepto tradicional de «crítica», por otra parte, podría reavivar nuestro deseo de juicios independientes y nunca predecibles como la práctica crítica original.

 

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