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La infiltración WOKE I
La redacción, Praga, 18.2.2025

https://youtu.be/NehSkMe-spQ

Presentamos una recensión del artículo de Kurt Mahlburg del 29.5. 25, aparecido en Australia en ˇThe Day Declaration´. En su libro Live Not by Lies, Rod Dreher comparte historias impactantes de cristianos que sobrevivieron al totalitarismo soviético. Una de estas heroínas fue Milada Schirger, una disidente checa encarcelada por sus opiniones políticas.

Cabe destacar que creyentes como Milada advierten de que el creciente «totalitarismo blando» de Occidente no solo proviene del exterior de la Iglesia, sino también de su interior. Cuando alguna institución cristiana comienza a doblegarse al espíritu de la época en lugar de mantenerse firmes en la verdad, corren el riesgo de perder su libertad y convertirse en objetos de manipulación.

Experiencias del control estatal

Para juzgar la situación actual es necesario ver cómo los regímenes comunistas de China y la Unión Soviética controlaron la religión: no prohibiéndola sin más, sino instrumentalizándola a su favor. Así, en China, los movimientos protestantes fueron sometidos al Movimiento Patriótico de las Tres Autonomías (TSPM), dirigido por el Gobierno, y la Iglesia católica fue asignada a un organismo similar controlado por el Estado.

Se retiraron las cruces, se censuraron o revisaron los sermones para promover las ideas socialistas y los pastores tuvieron que jurar lealtad al Estado. Las «iglesias clandestinas» que se negaban a cooperar con el Estado eran declaradas ilegales, perseguidas y obligadas a reunirse en secreto. Los pastores fieles fueron encarcelados o ejecutados, y se prohibió la educación religiosa, lo que obligó a los creyentes a reunirse en lugares ocultos, como sótanos o bosques.

Tanto en China como en la URSS, quizá la mayor tragedia no fue la persecución en sí, sino la traición de los cristianos y los líderes eclesiásticos que antepusieron la supervivencia a la fidelidad. Algunos creían que estaban siendo «prudentes como serpientes», adaptándose para mantener abiertas sus iglesias. En realidad, sin saberlo, se convirtieron en instrumentos del régimen, sacrificando la verdad a las exigencias del poder político.

El movimiento «woke» actual funciona de manera muy similar en una nación. En lugar de empezar con un control estatal manifiesto, las élites imponen la conformidad a través de la presión social y el poder institucional. En lugar de lealtad al partido, exigen la señalización de la virtud y la solidaridad performativa. Y, al igual que los regímenes comunistas que les precedieron, no buscan destruir la Iglesia, sino lograr que el evangelio difunda su propia ideología.

Las raíces marxistas de la ideología woke

A primera vista, el «wokismo» parece un cambio moral muy moderno, pero tiene raíces antiguas. De hecho, surgió del mismo árbol que produjo el comunismo ruso y chino.

Cuando Carl Marx instó a las masas a «apoderarse de los medios de producción», no solo pensaba en las fábricas y las tierras de cultivo. Esperaba remodelar la propia humanidad. Creía que el capitalismo alejaba al hombre de su verdadera naturaleza como ser social. Según Marx, el comunismo no solo redistribuiría la riqueza, sino que redimiría a la humanidad al recuperar su identidad y completar la historia.

Marx veía la historia sólo como una lucha permanente entre opresores y oprimidos. Creía que las instituciones sociales clave, como la religión, la familia y la propiedad privada, eran herramientas utilizadas por los poderosos para mantener sometidos a los demás. La visión de Marx era revolucionaria, materialista y atea. Pretendía derrocar estas estructuras y crear una nueva sociedad.

Mientras que el marxismo clásico se centraba principalmente en la economía y en la lucha de clases, los marxistas del siglo XX de la Escuela de Frankfurt, como Herbert Marcuse y Antonio Gramsci, se dieron cuenta de que el comunismo solo podría implantarse en Occidente si primero socavaba las instituciones claves de la cultura occidental, cambiando la forma de pensar de las personas y los valores que defendían. Creían que era necesario tomar el control de la educación, la religión, la familia, los medios de comunicación y la ley, para remodelarlas desde dentro.

Así, el campo de batalla pasó de la clase social a la identidad. Categorías como la raza, el género y la sexualidad pasaron a ocupar un lugar central. El victimismo se convirtió en una fuente de autoridad moral. Y, lo que es más importante, la justicia se redefinió como la ruptura de todas las normas tradicionales asociadas a los valores occidentales y cristianos.

Los términos «marxismo cultural» y «teoría crítica» se utilizan a menudo para describir este fenómeno, pero, en realidad, se trata simplemente de marxismo occidental, es decir, la visión utópica de Karl Marx aplicada al contexto occidental.

El cristianismo woke: un evangelio falso

El «wokeness» no se opone frontalmente al cristianismo, rechazándolo. En cambio, trasforma sutilmente el significado del cristianismo. En este nuevo marco, el pecado ya no es la desobediencia personal, sino la «injusticia sistémica». La salvación no consiste en el perdón y la nueva vida en Cristo, sino en la liberación social a través de la revolución cultural. El arrepentimiento se convierte en un llamamiento a confesar los propios «privilegios». El evangelio bíblico no se niega abiertamente, sino que se sustituye silenciosamente.

Las enseñanzas cristianas fundamentales sobre el matrimonio, la sexualidad, la santidad de la vida y el señorío único de Cristo se reformulan sigilosamente como herramientas de opresión. Las Escrituras se leen a través del prisma del poder y la política de identidad. El propio Jesús es reformulado, no como el Salvador que nos rescata del pecado, sino como una figura revolucionaria que transmutó las jerarquías de la sociedad.

Muchos grupos religiosos, ansiosos por evitar ser tachadas de intolerantes o desconectadas de la realidad, comenzaron a aceptar este lenguaje. Los sermones dejan de centrarse en llamar a los pecadores al arrepentimiento y a defender los valores bíblicos para pasar a hacer un llamamiento a la defensa social. Los pastores han dejado de lado las enseñanzas divinamente reveladas por mensajes seguros ideológicos políticamente correctos. Y la compasión se reinterpreta para para silenciar verdades incómodas. Igualmente, el concepto bíblico de justicia se sustituye por ideas tales como la equidad y la redistribución.

Este patrón no es nuevo. Bajo los regímenes comunistas, se permitía a las iglesias funcionar, pero solo bajo un estricto control estatal. Podían predicar sobre asuntos espirituales, pero debían evitar cualquier desafío moral o político al régimen. El resultado fue una iglesia castrada, una sombra de su verdadera vocación, al servicio de la propaganda comunista en lugar de anunciar la verdad.

El cristianismo woke cae de cabeza en la misma trampa, no tanto bajo un régimen de mano dura, sino bajo la tiranía de guantes de terciopelo de las élites culturales occidentales, que utilizan la vergüenza, la cancelación y la exclusión como herramientas de control.

 El cristianismo woke: una ortodoxia falsa

Lo que muchos cristianos aún no han comprendido es que el «wokismo» no es solo un movimiento político, sino una religión rival. Ofrece su propia teología, ley moral, textos sagrados, sacramentos y visión escatológica. Tiene sus propios códigos de blasfemia, inquisidores y sumos sacerdotes. Lo más peligroso es que el «wokismo» no busca la coexistencia pacífica con el cristianismo. Su objetivo es sustituir a la Iglesia vaciando el cristianismo de su verdad y vistiéndose con su piel.

Esta nueva fe no tiene Dios, pero defiende una visión moral falsa de la salvación y del juicio. Divide el mundo en dos castas: los oprimidos y los opresores. Exige rituales de penitencia, confesión y purificación. Sustituye la verdad objetiva por la narrativa moral errónea y descarta las pruebas contrarias en favor de la lealtad ideológica. Y, como todas las religiones, define lo que es sagrado, lo que es profano y quién tiene derecho a hablar.

 

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