https://www.youtube.com/watch?v=k5ukKf4vi6g
La Redacción, Praga 23.5.2023.
Hemos seleccionado para Uds. un artículo sobre el problema actual del aislamiento y de la soledad, aparecido en MercatorNet, un periódico digital muy importante con sede en Australia.
La autora del artículo que sigue es Erica Komisar, LCSW, psicoanalista, experta en orientación parental y autora de „Being There: Why Prioritizing Motherhood in the First Three Years Matters “y „Chicken Little The Sky Isn ‘t Falling: Raising Resilient Adolescents in the New Age´ Coopera con el Instituto de Estudios sobre la Familia, en USA.
El trinomio fe, familia y amigos
La mala salud pública puede reducirse a la falta de tres cosas en nuestra sociedad norteamericana: fe, familia, y amigos. El Médico General Vivek Murthy ha dado en USA oficialmente la voz de alarma sobre este punto, porque la soledad puede conducir a la depresión y a otras formas de enfermedad mental, así como a enfermedades graves como las cardiopatías y la demencia.
Como psicoterapeuta y experta en salud mental, creo que debemos centrarnos en abordar las causas subyacentes de la soledad si queremos resolver esta epidemia que afecta la salud pública. En los últimos años, las familias se han desmembrado. Parte de los estadounidenses han abandonado la fe en un poder superior. Las amistades virtuales y las redes sociales han sustituido a las amistades de la vida real. No es de extrañar que la desconexión y la alienación sean las consecuencias de la falta de fe, familia y amigos.
Lo bueno de vivir en familia https://www.youtube.com/watch?v=vlxHX2NFgcw
El apoyo familiar es fundamental para nuestra salud mental. En su comentario, Jim Dalrymple nos dice que en el informe aparecido en Médico General lamentablemente omite toda mención a la familia como parte de la solución a la epidemia de soledad. Cónyuges, padres, hermanos e hijos ofrecen un valioso apoyo y a menudo un amor incondicional.
Sin embargo, la tendencia de las personas a alejarse de sus familias para trabajar y/o vivir en otras partes del país o del mundo ha provocado la fractura del sistema del apoyo familiar. Cada vez más jóvenes crían a sus hijos lejos de sus padres y abuelos, lo que les obliga tantas veces a dejar a sus bebés y niños pequeños al cuidado de niñeras o guarderías. Los ancianos se quedan en residencias asistidas o de ancianos porque sus hijos se han mudado y no pueden cuidar de ellos.
Atrás quedaron los días en que tres o más generaciones vivían juntas en la misma casa, cuidándose mutuamente. Hemos externalizado el cuidado de nuestros padres e hijos, negándoles la oportunidad de enriquecerse mutuamente. Trabajar a distancia puede habernos dado más flexibilidad, pero ha degradado nuestras relaciones con los compañeros de trabajo, muchos de los cuales eran nuestros mejores amigos.
El auge de Internet y las redes sociales ha provocado el declive de las amistades reales y significativas. Pero hablar es lo que realmente nos mantiene unidos. ¿Cuántas de estas personas son realmente nuestros amigos y cuántas sólo personas a las que seguimos en Internet? ¿Cuán superficial tiene que ser una amistad para que deje de serlo digitalmente y sigamos sintiéndonos solos? La familia, la única salvación de la sociedad
La pandemia nos ha ayudado y perjudicado en lo que respecta a la soledad. Los niños, sobre todo los más pequeños, eran más felices porque sus padres estaban en casa. Y los padres sentían una mayor satisfacción y conexión porque pasaban más tiempo con la familia.
La importancia de la fe
La religión solía ser la base de la sociedad. Las comunidades giraban en torno a un lugar de culto, inculcando a los estadounidenses una brújula moral y un sentido superior del propósito. A lo largo de los años, parte de los estadounidenses han rechazado la fe, dejando un lamentable vacío. La pérdida de la fe ha privado a la sociedad y a sus ciudadanos de un santuario en la tormenta de la vida. Cuando la fe muere, ¿quién define la moralidad? ¿Para qué vive la gente? ¿Qué queda para mantener unidas a las comunidades? No es de extrañar que la soledad y la falta de rumbo en la vida vayan en aumento.
Durante años, se cerraron centros de culto en muchos estados. A las familias se les negaba el acceso a sus seres queridos enfermos y moribundos en los hospitales debido a las restricciones impuestas por la pandemia. El miedo separó a familias y amigos, y muchos se sintieron aislados, alienados y deprimidos. La pandemia también provocó una migración de personas lejos de sus comunidades y sus familias. Muchos se encontraron con la pérdida de amigos y seres queridos que se trasladaron a estados con mejores leyes fiscales o con mejores oportunidades laborales.
Por su parte, los adolescentes tuvieron dificultades porque se vieron apartados de la escuela y aislados de sus amigos, lo que perjudicó su desarrollo socioemocional y aumentó su tiempo libre.
La soledad no es más que el síntoma de la degradación social de la familia, de la fe y las amistades significativas. Mientras la tecnología prometía acercarnos recíprocamente, nos hemos alejado aún más. Nos hemos alejado de nuestros hermanos y padres, pensando que están sólo a la distancia de vuelo corto.
Hemos dejado atrás nuestra fe, pensando que es una reliquia del pasado. Dedicamos menos tiempo a mantener relaciones reales con los amigos, pensando que no debe haber nada nuevo de lo que ponerse al día, ya que sus vidas están a plena vista en Internet. Soy optimista y creo que podemos cambiar esta situación, pero hará falta un esfuerzo concertado.
Para resolver la epidemia de salud pública, que supone la Soledad, es posible que tengamos que mirar al pasado para recuperar las relaciones familiares, la fe y las amistades que hemos perdido.