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El marketing de los sentimientos

 

https://www.youtube.com/watch?v=dFyax-qNfKw

La comercialización de los sentimientos

Cuando leemos un periódico o miramos el Internet solemos tener inmediatamente  la impresión de que el mundo está al borde del abismo. Pero, ¿refleja realmente esta imagen la realidad de nuestro tiempo? Las estadísticas demuestran que hay motivos para el optimismo. Vivimos más años, la mortalidad infantil se ha reducido a la mitad, la calidad del aire y del agua ha mejorado considerablemente. En todo el mundo, muchas menos personas viven en la pobreza extrema que hace cincuenta años.

Entonces, ¿por qué los medios de comunicación pintan a menudo un panorama tan negro? Christian Fichter sospecha que el modelo de negocio subyacente es la «economía de la indignación». Según esta lógica, los contenidos tienen más éxito en cuanto más se emocionalizan. En el fondo se trata de una lucha por el lector o ´follower´ sobre un trasfondo de marketing, que busca siempre ´vender el pescado al mejor postor´.

Los sentimientos son algo genuinamente humano y precioso que manifiestan, con una moción interior, la búsqueda de lo bueno, bello y verdadero o a rechazar el mal. Así, los sentimientos básicos son respectivamente el amor y el odio. De estos se derivan luego diversas emociones subordinadas como el temor, la esperanza, el gozo etc. En una persona bien formada y educada, los sentimientos son algo que pertenece a su intimidad y se expresan prevalentemente a la persona amada, por ejemplo, en el ámbito de la familia.

Sin embargo, en el último siglo se ha utilizado más y más como un medio del marketing comercial. Pero hemos llegado a un extremo tal, que las emociones se produce industrialmente, para lubricar las ventas al máximo precio. Así, el propio corazón es en cierta manera prostituido, tantas veces a cambio de la carne de sentimientos poco nobles. Y lo que se pone en primer plano como carnada es el propio ego, que es emotivamente halagado por ofertas y rebajas en el inmenso supermercado del consumismo. Luego está el exhibicionismo sexual o la generación de sentimientos mediante un rostro bello. Otros recursos son la provocación de temor y hasta del terror, por ejemplo, ante las profecías de hundimiento ecológico, o que viene el fin del mundo, o que una gripe fuerte al estilo del COVID 19 exige paralizar a todo el mundo. La verdad desnuda sobre el CO2 y el clima

Las escenas del marketing de los sentimientos

El primer gran escenario son las redes sociales, donde se trata de captar la atención del consumidor mediante informaciones sustentadas por imágenes y sonido. Y todo bien untado por la vaselina emotiva, que puede adoptar formas diversas: el dramatismo profético según el cual tenía que haber acaecido el fin del mundo ya decenas de veces. O bien se acude al sensacionalismo en relación a descubrimientos de todo tipo, destinados a cambiar el mundo, o también al escándalo, para darle al consumidor la sensación de ser muy buena persona. Otro recurso brutal es el satanismo y sus aberraciones, y el sexo puro y duro. La causa última motivacional de toda esta producción es lograr ganar dinero en proporción al número de consumidores o ´clics´.

Otro escenario del marketing de los sentimientos es el cine salido de los estudios de Hollywood. Es el gran pionero de todo esto, utilizando los ´feelings´, inicialmente, como ingredientes para la creación del ´suspense´.  Desde el comienzo del cine hace unos noventa años, hay que reconocer que se han hecho películas de alta calidad en todos los sentidos, y que han tenido también los más altos resultados en taquilla. Sin embargo, con el bajón cultural de la sociedad, el cine se ha ido transformando más en un espectáculo de violencia continua, con héroes al estilo de Superman, a los que nunca les acertaba una sola bala. El tema del cine es hermoso y complejo, y su importancia es crucial para entender la mentalidad y la cultura modernas.

Pero en los últimos veinte años, el cine de Hollywood se ha prestado a transmitir en parte ideologías globalistas de forma subliminal, centradas en el intento de degradar al hombre y de exaltar a los animales y a las plantas. Paul Schwab y sus cómplices en la Agenda Davos 2030 buscan cambiar la tradicional altísima valoración del hombre, como hijo de Dios, a un ser igual a los animales, con el agravante de ser presentado como el verdugo de la naturaleza. Esta sentencia condenatoria se pronuncia cada vez que se dice, mintiendo, que el hombre es el único y directo responsable de una crisis ecológica que en realidad no existe. El cuento del CO2.

La reacción del público está ahora mismo ante nuestros ojos:  por ejemplo, el boicot contra Netflix y Disney por intentar propalar la agenda globalista del genderismo y de la educación sexual a niños pequeños. Esto produjo la caída de sus cotizaciones en la bolsa de Nueva York y a la vez dio lugar a la cancelación de suscripciones de muchos millones de padres.

Un poco de trasfondo histórico

Ofrecemos algunos extractos resumidos de un artículo aparecido en la Neue Zuercher Zeitung, hace unos días, sobre la nefasta industria de sentimientos.

Al lado de la deificación de la razón, la ilustración también ha exaltado los sentimientos. Esto lo dice la historiadora Ute Frevert, que ha investigado la historia de los sentimientos. Obviamente, algo ha ido mal a lo largo de los siglos. Los propios sentimientos se han convertido en la moneda de cambio más dura en la batalla por la atención del público. La comercialización de los sentimientos ha alcanzado una perfección que merece ser calificada de auténtica industria de la emoción. Lo que ocurre hoy en día se ha convertido en algo mucho más amplio, incluso total, de lo que la socióloga israelí Eva Illouz describió el amor como mercancía en su libro de 2003 «The Consumption of Romance» (El consumo del romance). Toda expresión de sentimiento parece comerciable y explotable. Las emociones se han convertido en el lubricante del marketing de los sentimientos.

Por su parte, la socióloga estadounidense Arlie Russell Hochschild describió por primera vez este hecho en 1983 en su innovador estudio «The Purchased Heart» (El corazón comprado).  Nos dice que es difícil escapar de la influencia de los medios, que ya no hay hermetismo digital. Así que hay que preguntarse: ¿Qué provoca en nosotros el exacerbamiento de los sentimientos? ¿Nos hace más compasivos, más simpáticos, más humanos? De ninguna manera. El despliegue omnipresente de emociones hace produce contrario de lo que pretende. Alimenta la desconfianza entre las personas. Divide. Por ejemplo, porque los principales representantes del exceso emocional son culpables de hipocresía.

Pero las puestas en escena del ego, el automarketing, se derrumban en algún momento. Y no hay nada que la gente odie más que sentirse decepcionada. Como resultado, se apartan, se enfadan, pierden la fe en la justicia y desconfían de todo.

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