Adolescentes en USA progresista
https://www.youtube.com/watch?v=Zjm36k2GoW0
La redacción, Praga 30.6.2023
Por David Carlin, profesor jubilado de sociología y filosofía en el Community College de Rhode Island, y autor de The Decline and Fall of the Catholic Church in America, Three Sexual Revolutions: Catholic, Protestant, Atheist, y más recientemente Atheistic Humanism, the Democratic Party, and the Catholic Church. Si artículo fue publicado en ´The Catholic Thing´ el 23.6.2023.
No es fácil ser adolescente. El paso, que dura años, de la orilla de la infancia a la orilla opuesta de la edad adulta puede ser un camino sarmentoso, como muchos de nosotros lo recordamos. Hace una generación, decenas de miles de chicas jóvenes (probablemente más) sufrían anorexia o casi anorexia. Las niňas delgadas desarrollaban la extraña idea de que tenían un sobrepeso considerable. Y por eso reducían su consumo de alimentos. En casos extremos, las chicas ultra delgadas intentaban dejar de comer por completo. Muchas empezaron a parecerse a las prisioneras de Auschwitz. Estaban al borde de la muerte por inanición.
Hoy se ha pasado al transgenerismo
Hoy, un gran número de chicas adolescentes se dejan influir por una idea que se ha puesto de moda recientemente, la idea del transgenerismo, la loca persuasión de que, a pesar de tener cuerpos femeninos, en realidad piensan que no son mujeres, sino hombres. De alguna manera, nacieron en el cuerpo equivocado. Por haber ocurrido esta desgracia, ahora es imperativo, creen, que se les permita hacer la transición de lo femenino a lo masculino.
Y creen que los adultos que les rodean -especialmente sus padres, profesores y médicos- tienen el deber de ayudarles a hacer esta transición. Ayudarles, por ejemplo, tratándoles con «cuidados de afirmación del género»: hormonas masculinas, bloqueadores de la pubertad o mutilación corporal, es decir, amputación quirúrgica de sus pechos en crecimiento.
Si los adultos se niegan a ayudarlas, debe ser -también las han convencido- por «odio». Estas niñas no sólo sienten que están en el cuerpo equivocado; también sienten que los adultos, que más deberían protegerlas, son sus grandes enemigos. ¡Qué horrible es todo esto! Muchas de estas chicas se han dejado meter en un tenebroso laberinto, tan lamentable como engañoso. Amenazan hasta con suicidarse, y no pocas lo intentan. También los chicos se ven atrapados y atormentados por esta locura transexual. Pero creo que el problema es mucho más común entre las chicas.
Psicológicamente hablando, hay una gran similitud entre la antigua moda de la anorexia y la nueva moda transgénero. Eso puede darnos motivos para ser optimistas. La vieja locura se desvaneció, y la nueva locura también desaparecerá. Pero hay una diferencia gigantesca entre las dos locuras. En los viejos tiempos, nadie apoyaba a las chicas afligidas en su anorexia. Hoy, sin embargo, casi la mitad de los USA da la razón a estas pobres chicas en su locura, la mitad «progresista», la mitad ideológica que aprueba y promueve la agenda LGBTQIA+. Son las mismas personas que aprueban firmemente otras cosas extrañas: por ejemplo, el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, las fronteras abiertas, el ateísmo y la idea de que la mayoría de los estadounidenses blancos son racistas anti negros, y además racistas anti marrones.
La pandemia ideológica en USA
La transexualidad forma parte de ese paquete «progresista».
Estos progresistas controlan los grandes órganos de propaganda moral de Estados Unidos: el periodismo (impreso y electrónico), la industria del entretenimiento (televisión, cine, música popular), la educación superior, las escuelas públicas (muchas escuelas privadas caras también), los púlpitos de las religiones «liberales» y el Partido Demócrata (mi antiguo partido).
El presidente Biden, nuestro colega católico, es el comandante en jefe no sólo de las fuerzas armadas, sino del poder progresista.
La Iglesia católica en Estados Unidos no es (al menos no todavía) una religión «liberal». Pero está a medio camino de serlo. Hasta la fecha (a diferencia de las iglesias protestantes verdaderamente liberales), se niega a respaldar la agenda progresista (excepto quizás las fronteras abiertas), pero es reacia a condenarla.
Nuestros obispos, con algunas honrosas excepciones, recuerdan a los obispos de la época del rey Enrique VIII. Excepto uno (John Fisher de Rochester), se callaban tímidamente mientras el rey cerraba los monasterios y criticaba al Papa en la Iglesia. En general, nuestros obispos católicos hacen poco por defender a la Iglesia de su enemigo progresista. Especialmente digno de mención es el silencio, y a veces el progresismo apagado, de los cardenales nombrados por el Papa Francisco: Tobin de Newark, Culiche de Chicago, Gregory de Washington y McElroy de San Diego.
Durante muchos años he creído que el objetivo último del progresismo actual es la ruina del cristianismo, del catolicismo en particular. El transexualismo va un paso más allá. En el cristianismo subyacen dos creencias fundamentales expresadas en el primer artículo del Credo de Nicea: (a) la creencia de que Dios existe, y (b) la creencia de que Dios creó un mundo inteligible que puede ser comprendido, al menos en parte, por la mente humana.
La ideología transgénero es un ataque a la idea de que el mundo es inteligible. En su lugar, la ideología es una afirmación de la idea opuesta, a saber, que el mundo no tiene existencia objetiva. Las cosas son lo que decimos que son. Si decimos que una niña es un niño, entonces es un niño. Y si decimos que un bebé no nacido no es humano, entonces no es humano; y si decimos que el matrimonio entre personas del mismo sexo es perfectamente natural, entonces es perfectamente natural. La realidad es lo que NOSOTROS pensamos que es, no lo que Dios piensa que es.
Todavía no hemos llegado al punto en el que los progresistas digan: «2 más 2 es igual a algo más que 4». Y ya han comenzado algunas reacciones en contra de la locura trans por la mutilación de niños. Pero estamos cerca, y sin un liderazgo fuerte por parte de la Iglesia y otras instituciones, hacia allá nos dirigimos.
Teenaged Girls in Progressive America
https://www.youtube.com/watch?v=Zjm36k2GoW0
David Carlin
David Carlin is a retired professor of sociology and philosophy at the Community College of Rhode Island, and the author of The Decline and Fall of the Catholic Church in America, Three Sexual Revolutions: Catholic, Protestant, Atheist, and most recently Atheistic Humanism, the Democratic Party, and the Catholic Church.
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It’s not easy to be a teenage girl. Nor is it easy to be a teenage boy. The years-long passage from the shore of childhood to the opposite shore of adulthood can be a rocky passage. Very rocky indeed. As many of us remember.
A generation ago, tens of thousands of young girls (probably more) were troubled by anorexia or near-anorexia. Thin girls developed the weird idea that they were significantly overweight. And so they reduced their consumption of food. In extreme cases, ultra-skinny girls tried to stop eating altogether. Many began to look like prisoners at Auschwitz. They were on the verge of death by starvation.
Today great numbers of teenage girls are being tormented by a newly fashionable idea, the idea of transgenderism, the crazy idea that, despite the fact that they have female bodies, they are, in truth, not girls but boys. Somehow, they happened to get born into the wrong body. This misfortune having taken place, it’s now imperative, they believe, that they be allowed to transition from female to male.
And they believe that adults around them – especially their parents, teachers, and doctors – have a duty to help them make this transition. Help them, for instance, by treating them with “gender-affirming care” – male hormones, puberty blockers, or bodily mutilation, i.e., surgical amputation of their emerging breasts.
If the adults refuse to help, it must be – they’ve also been convinced – from “hate.” Not only do these girls feel that they’re in the wrong body; they also feel that the adults who should most protect them are their great enemies. How horrible it all is! Many of these pitiable/crazy girls threaten suicide, and more than a few attempt it.
Boys, too, are trapped and tormented by this transgender lunacy. But my guess is that the problem is far more common on average for girls.
Psychologically speaking, there’s a great similarity between the old anorexia craze and the new transgender craze. That may give us reason to be optimistic. The old lunacy faded away, so may the new lunacy.
But there’s a gigantic difference between the two lunacies. In the old days, nobody affirmed the afflicted girls in their anorexia. Nobody said to a girl who was as thin as a toothpick, “Oh dear me! You are so fat! How disgusting! Don’t eat breakfast. And if they force you to eat, try to throw up as soon as you’re finished.”
*
Nowadays, however, nearly half the nation affirms these poor girls in their lunacy, the “progressive” half, the ideological half that approves of and promotes the LGBTQIA+ agenda. These are the same people who strongly approve of other odd things: e.g., abortion, same-sex marriage, open borders, atheism, and the idea that most white Americans are anti-black racists – and anti-brown racists to boot. Transgenderism is part of that “progressive” package.
It’s these progressives who dominate America’s great organs of moral propaganda –journalism (print and electronic), the entertainment industry (TV, movies, popular music), higher education, public schools (many expensive private schools too), the pulpits of “liberal” religions, and the Democratic Party (my former party).
President Biden, our fellow Catholic, is the commander-in-chief not only of the armed forces, but of the progressive powerhouse.
The Catholic Church in the United States is not (at least not yet) a “liberal” religion. But it’s halfway down that road. To date (unlike truly liberal Protestant churches), it refuses to endorse the progressive agenda (except perhaps open borders), but it’s reluctant to condemn it.
Our bishops, with a few honorable exceptions, remind one of the bishops of King Henry VIII’s day. Except for one (John Fisher of Rochester), they sat by timidly as the king closed the monasteries and de-papalized the Church. By and large, our Catholic bishops do little to defend the Church against its progressive enemy. Especially noteworthy is the silence, and sometimes muted progressivism, of the cardinals appointed by Pope Francis: Tobin of Newark, Cupich of Chicago, Gregory of D.C., and McElroy of San Diego.
And so here are these poor girls, in great daily pain because of their crazy belief that they are not girls at all, but boys. And the most authoritative voices of American society, the voices of our cultural elites, instead of saying to these girls what was said to the anorexic girls of a generation ago, “You are mistaken. You are suffering from a delusion. Let us help you” – instead of saying this, our progressive elites say, “Many people are born into the wrong bodies. You may well be one of them. Let us help you with gender-affirming care. Let us, for instance, provide you with a surgeon who will remove your breasts.”
For many years I have believed that the ultimate aim of present-day progressivism is the ruination of Christianity, Catholicism in particular. Transgenderism goes a step beyond that. Underlying Christianity are two fundamental beliefs expressed in the first article of the Nicene Creed: (a) the belief that God exists, and (b) the belief that God created an intelligible world that can be understood, at least in part, by the human mind.
The transgender ideology is an attack on the idea that the world is intelligible. Instead, the ideology is an affirmation of the opposite idea, namely that the world has no objective existence. Instead, things are what we SAY they are. If we say that a girl is a boy, then she’s a boy. And if we say that an unborn baby is not human, then it’s not human; and if we say that same-sex marriage is perfectly natural, then it’s perfectly natural. Reality is what WE think it is, not what God thinks it is.
We haven’t yet reached the point at which progressives say, “2 plus 2 equals something other than 4.” And some pushback to the trans craze has begun over the mutilation of children. But we’re close, and without strong leadership by the Church and other institutions, that’s where we’re headed.
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